viernes, 1 de julio de 2011

EPÍLOGO

La perspectiva de un viaje se coge con el tiempo, cuando los momentos se transforman en recuerdos, justo en el momento en el que sólo te acuerdas de los buenos momentos, que son los que perduran.

Releyendo mi diario he descubierto que hablo peor de Bruselas de lo que recuerdo. Es una ciudad fea, gris, pero no es tan horrible como se puede deducir de mis palabras. Ahora dudo, ¿importa más lo que recuerdo, o lo que he escrito teniendo tiempo para pensar? Tampoco difiere mucho, no os voy a engañar. Se salvan pocas cosas, pero las que se salvan justifican una visita. La Grand Place es, sencillamente, preciosa. El ambiente, los gofres, las callecitas llenas de terrazas, la iglesia de Notre Dame du Sablon... o el Atomium, que aún siendo una absoluta absurdez, a mi me gustó. ¿Si nos gusta la torre Eiffel, por qué no nos va a gustar el Atomium? No deja de ser lo mismo, una cosa de metal enorme, sin ningún sentido, pero que cuando te ves debajo, te impresiona. No voy a volver a Bruselas, pero no me arrepiento de haber ido, sólo puedes formarte una opinión de una ciudad cuando la conoces ;)

Hablar de Brujas es repetirse. Por muy bonita que pueda parecer en fotos, no hay nada como vivirla, pasear por sus estrechas calles, descubrir esos puentes, esos canales, esas casitas. Descubrir el Lago del Amor, el patio del Begijnhof, la Markt Platz... Por Brujas hay que perderse, eso sí, de día :) Porque el problema de Brujas es que parece una ciudad de mentira, un decorado de película, como yo la llamo, demasiado preparada para el turismo, donde cuando se hace de noche se vacía, se muere. Pero es entonces cuando la tienes entera para ti, para pasear por los puentes iluminados, los embarcaderos llenos de lucecitas que se reflejan en los canales, las plazas iluminadas tenuemente. De día es una ciudad de cuento, de noche es mágica.

El peor enemigo de una ciudad son las expectativas. Suficiente que te esperes mucho para que te decepcione, suficiente que te esperes poco para que te sorprenda. Brujas no sorprendió, nos dio lo que nos esperábamos, sin embargo, Gante fue todo un descubrimiento. Fuimos porque nos sobraba una mañana, y sólo puedo hablar cosas buenas de ella. Es como Brujas, pero más ciudad. Mucho más monumental, canales más amplios, menos medieval, con menos encanto, pero más real. Son las dos caras de una misma moneda, ofrecen lo mismo, pero de distinta forma. El centro, cruzado por las lineas del tranvía, edificios monumentales, calles amplias, el castillo, imponente, en mitad de la ciudad, y el Graslei, el puerto medieval, que es una maravilla. Además, está todo muy juntito y se ve rápido, así que también es visita obligada. Supongo que también ganó mucho por el tiempazo que nos hizo.

Porque una ciudad te cambia en función del tiempo que te haga. Hasta la ciudad más bonita del mundo te deja un mal recuerdo debajo de una tempestad, y una ciudad gana mucho bajo un sol espléndido. Es ley de vida. Y el tiempo se portó, vaya si se portó, tanto que empezó a nevar justo cuando nos íbamos. Eso es respeto :)

Llevaba años soñando con este viaje, pero no con el destino, sino con la acompañante. Tenía que salir todo perfecto... y salió! Vimos sitios preciosos, tenemos anécdotas que contar, y pasamos un fin de semana maravilloso juntos, que al final es lo que cuenta. En mis epílogos de otros diarios siempre nombro una frase que aquí coge más fuerza que nunca: "lo importante de un viaje no es lo que ves, sino con quién lo ves, no es lo que vives, sino con quién lo vives". Al final, el hecho de que la Grand Place sea un sitio precioso no es lo importante, lo importante es la sonrisa que produce recordarte allí con quien te importa. Cuando miras las fotos, lo importante no es lo que hay detrás, sino lo que hay delante, porque esos 3 días ya forma parte de nosotros :)

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DOMINGO, 6 DE ABRIL DE 2008: GANTE

Volvimos tan cansados la noche anterior que se nos fue la hora para levantarnos. Dejamos la habitación y le dijimos a la artista que nos había atendido la noche anterior que si nos podía guardar las maletas. Se ve que el término “guardar” no lo entendió, sino que ella quizás oyó “dejar las maletas en mitad del pasillo para que cualquiera las coja”... definitivamente tengo que mejorar mi inglés, sobre todo en el tema insultos xD

El hotel estaba al lado de la estación, y la estación está a un ratillo del centro, así que había que coger un tranvía para llegar, porque caminando era un paseo y no había ganas :) Toda la zona fuera del hotel estaba llena de vías de tranvía, así que paramos en una de las vías esperando que pasase un tranvía que pusiese “Stadtzentrum”. Hacía un sol de escándalo. Hasta ese momento no nos podíamos quejar del tiempo, porque en Bruselas estaba nublaete pero no nos llovió, y en Brujas nos chispeó pero poca cosa, incluso a ratos salió el sol, pero lo de hoy era otra cosa, el cielo estaba azul y el sol picaba que daba gusto. Al poco pasó un tranvía... de largo xD Amablemente el conductor nos indicó dónde teníamos que cogerlo realmente, que era unos metros más adelante, así que corrimos como galgos, que había que ponerse a la velocidad del tranvía para llegar a tiempo jajaja!

Nos montamos en el tranvía, y los 15 minutillos que duró el viaje fueron suficientes para darnos cuenta de que Gante era una ciudad en la que vivía gente, no como Brujas, alias “decorado de película”. Había gente por la calle, aunque no mucha porque era domingo, edificios más o menos altos, más sensación de ciudad.

Cuando supusimos que estábamos en el centro, nos bajamos :) Afortunadamente tuvimos buen ojo jaja! Enfilamos una calle de tiendas, y sin duda, habíamos llegado al centro! La primera impresión fue que estábamos en otra ciudad completamente diferente, mucho más monumental. Llegamos a una plaza muy grande, dominada por el sol.

La primera impresión de Gante
De Gante

A la derecha de la plaza teníamos la Catedral de San Bavon, la iglesia de San Nicolas y el Belfort. Enfrente una calle grande que llevaba hasta el puerto medieval, y a la izquierda un McDonald para flipar en colores! Ronald McDonald había elegido un edificio super chulo para poner su McDonald, como se nota que es un tío con clase! XD

Peaso McDonald!
De Gante

Lo primero que hicimos fue ir hacia la derecha, para ver toda la zona monumental.

Iglesia de San Nicolas, Belfort y Catedral
De Gante

Tanto la iglesia de San Nicolas como la Catedral eran bonitas, pero llega un punto en cualquier viaje en el que estás hasta los %&)=/%&$ de ver iglesias, pero aún así en conjunto formaban una zona muy bonita.

Iglesia de San Nicolas
De Gante

Entre la iglesia y la catedral estaba la torre del Belfort, mucho más bonita que la de Brujas. La verdad es que esta zona era preciosa, todo a lo grande, llena de tranvías, muy limpio todo, y encima con un sol de escándalo!

El Belfort
De Gante

Pasado el Belfort llegamos a la Catedral, que ya digo que no era gran cosa, pero al menos nos sirvió para coger perspectiva del Belfort y de la calle por la que habíamos venido xD

Parte de atrás del Belfort
De Gante

Catedral de San Bavon
De Gante

Justo mientras estábamos echando estas fotos de aquí arriba, nos pasó una de esas cosas desconcertantes que de vez en cuando pasan en un viaje... estamos tan tranquilos haciendo el canelo, como siempre, que si ponte tú para la foto, que si me pongo yo, etc., cuando de repente se nos acercan dos chicas, ataviadas con chalecos reflectantes, las dos iguales, y nos preguntan que si nos pueden echar una foto... nosotros las miramos con cara de Jaén, pero bueno, como sabemos que esta gente no vive de noche, suponemos que tienen que aprovechar el día al máximo xD Así que nada, posamos, pero las colegas nos dicen que no, que tiene que ser dándonos un beso. Ahora la cara no es de Jaén, es de Lepe xD ¿Pero las pervertidas estas que quieren? En ese momento no estuve rápido, porque les tenía que haber dicho que primero entre ellas y luego ya se lo daba yo a mi novia jajaja pero supongo que estabamos tan perplejos que obedecimos sin pensar mucho xD Así que nada, nos echaron la foto y desaparecieron... a saber dónde estará esa foto ahora, y para qué se uso... jajajaja!

Todavía estupefactos, pusimos rumbo al Graslei, el antiguo puerto medieval :) Por el camino pasamos por el Ayuntamiento, que era realmente curioso, porque estaba hecho en 2 estilos totalmente diferentes, y de repente, de una ventana a otra parecía que era otro edificio, pero no... "estos belgas... están locos", diría Obelix :P

Ayuntamiento
De Gante

A la nada llegamos al puente que cruza el Graslei. Recuerdo este momento como uno de los más chulos de todo el fin de semana. La zona era realmente preciosa. La vista desde el puente era cojonuda, justo pasando debajo de nosotros un canal, que terminaba en un embarcadero muy pequeñito. Pero lo bonito no era sólo eso, sino los edificios que lo redeaban, casitas bajas al fondo y casas gremiales de los siglos XI, XII y XII a la derecha. Y a la izquierda un bonito paseo que recorría todo el puerto... encantador! :)

El Graslei
De Gante

Desde el puente en el que estábamos había unas escaleritas que te permitían bajar hasta el puerto, así que no nos lo pensamos y para allá que fuimos! En la ladera derecha del canal estaban las casas gremiales, que eran muuuy bonitas, la verdad es que pensar que llevaban 8 siglos plantadas ahí impresionaba bastante! Además las 3 eran muy distintas entre sí, se notaba que había 100 años de diferencia entre unas y otras.

Casas gremiales
De Gante

Pero es que si mirábamos atrás, hacía el puente en el que acabábamos de estar, la vista no era menos bonita. El puente cruzando el canal, rodeado de edificios pintorescos.

Puente sobre el que estábamos antes
De Gante

Gante estaba siendo todo un descubrimiento, de estos sitios que no te esperas mucho, y precisamente por eso, te maravillan. Nos acercamos un poquito más al embarcadero, que era precioso, porque el canal continuaba por debajo de un puente mucho más pequeño que el anterior, y se perdía a lo lejos, entre más casitas bajas. Qué zona más bonita, de verdad!

Embarcadero
De Gante

Al final de este embarcadero había un puente desde donde contemplabas como el canal se expandía y se bifurcaba.

Vistas del canal
De Gante

En ese momento nos paso algo parecido a lo que nos pasó en Rozenhoedkaai el día anterior. Estábamos super agustico, disfrutando de las vistas, cuando vemos que a la izquierda, en una de las laderas del canal hay un hombre sentado en un banco, que da directamente al canal, por dios qué sitio! Tenemos que ir a ahí!

Allí a lo lejos, ¿veís al hombre?
De Gante

Así que dicho y hecho, calculamos como llegar hasta allí, callejeamos un poco y descubrimos la entrada, que era a través de una especie de parquecito. El sitio era, simplemente, uno de los sitios más románticos que jamás conoceré. Un banco, rodeado de flores, en el que si te sentabas tenías todo el canal frente a ti :O Además, para cuando llegamos el hombre ya se había ido y estábamos completamente solos! La pena era que nadie nos podía echar una foto y no había sitio donde plantar la cámara o el trípode, qué bien me hubiese venido en ese momento un GorillaPod! :D Pero por si fuera poco, la vista desde allí era sencillamente genial, pues veías como el canal, al bifurcarse, pasaba por debajo de otro puentecito. Joé, qué bonito todo :)

Vistas desde el sitio encantador
De Gante

Abrumados por tanta cosa, nos dirigimos al castillo de Gravensteen. Antes de llegar a él pasamos por otro puente. Desde el puente había unas vistas muy bonitas, por un lado el castillo, que estaba al borde del canal, y por el otro lado el canal continuaba, estrechándose, y en mitad del canal, una terraza de un restaurante! Es un sitio increíble para poner un restaurante, sólo comparable al que hay en lo alto de la Torre Eiffel o a uno que vi meses más tarde en una azotea de Praga.

Posible sitio donde pedirle matrimonio a mi señora jajaja
De Gante

Los canales en Gante son bastante más amplios que los de Brujas, éste quizás era el más pequeño que vimos, y probablemente sea más grande que cualquiera de Brujas. Nada más cruzar el puente llegamos al castillo de Gravesteen. El castillo estaba en una posición muy chula, en mitad de la ciudad, pero en vez de en una colina o algo así, aquí estaba al ras. Además, sin ser nada del otro mundo, sí que era bonito, y muy grande!

El Castillo, en la ladera del canal
De Gante

Entramos en el castillo hasta donde nos permitieron, o lo que es lo mismo, hasta la taquilla xD Por dentro tenía pinta de estar chulo, pero no lo íbamos a comprobar. Por aquel entonces no estábamos saturados de castillos, hoy en día, sin embargo, recién llegados de Escocia, os podéis hacer una idea jaja xD

Exteriores del castillo
De Gante

Salimos del castillo y nos dirigimos al norte, al Patershol, el barrio de los tejedores. Teníamos entendido que era muy bonito, pero después de estar una media horilla callejeando, la verdad es que no tenía nada del otro mundo. Pensamos que sería un barrio antiguo, con callecitas empedradas y enrevesadas, pero qué va, parecía un barrio industrial. Vimos que no había nada que rascar y volvimos al centro, porque queríamos comprar algún souvenir y ya de paso comer, que no se nos podía ir el tiempo, pues había que volver prontito a Bruselas.

De vuelta al centro, lo hicimos por la zona por la que no habíamos pasado antes. De hecho, cruzamos el puente que teníamos enfrente cuando estuvimos en el banco aquel que descubrimos. Desde el puente se veía el canal desde la única perspectiva que nos faltaba, y allí a lo lejos, de nuevo, estaba allí aquel banco encantador :)

De Gante

El cielo se estaba empezando a poner feo, y eso que hasta ahora nos estábamos tostando al sol. De hecho, fue nublarse y desaperecer la gente. Volvimos a la zona de la catedral y estaba literalmente desierta! Además, todos las tiendas de souvenirs estaban ya cerradas, así que nuestros familiares y amigos se tendrían que conformar con este relato y las fotos que le acompañan xD Ahora eso sí, un año hemos tardado en hacerles el regalo :P

Eran ya casi las 14:00, había que darse prisa para comer, pues después de comer había que coger el tranvía hasta el hotel, el tren hasta Bruselas, el autobús hasta el aeropuerto, el avión hasta Madrid y el coche hasta Jaén, donde dormiríamos como reyes en nuestras amadas camitas :D Sólo nos faltó coger alguna barca por los canales para terminar la gracia y coger todos los medios de transporte posibles jeje.

El sitio donde íbamos a comer fue fácil de elegir, con ese pedazo de McDonald que había xD Nos dimos una buena comilona, pues no sabíamos cuándo lo volveríamos a hacer. Después de comer ya tocaba despedirse de Gante, así que nada, le dijimos "goodbye" con la mano y cogimos el tranvía de vuelta al hotel. Llegamos al hotel, pues teníamos que coger las maletas. Cogimos las maletas nosotros como las podía haber cogido cualquiera, porque llegamos al hotel y estaba desierto, así que entramos, cogimos nuestras maletas del superprotegido pasillo, y salimos a toda leche, pues el tren salía en cuestión de minutos (infelices... por aquel entonces pensamos que esta palabra sería plural... :D ). Si perdíamos ese tren nos arriesgábamos a perder la sucesión de transportes que he contado antes, así que era vital hacer los 100 metros lisos por debajo de 10 segundos :DEvidentemente, ¿sabéis a quién le tocó correr, no?

Si os digo que tarde 0,2 en ir a la taquilla a toda leche, comprar los billetes, comprobar cuál era el andén, agradecer al espíritu santo haber dejado a mi novia justo en la entrada del andén correcto, avisar a mi novia con un grito de que empezase a subir las escaleras, pisotearla por el camino, y por fin, entrar al vagón! El tren arrancó nada más montarnos, aunque quizás fuese yo el que me seguía moviendo, porque me daba vueltas todo xD

La media horilla hasta Bruselas se nos hizo muy corta, pues compartimos vagón con un grupo de mozuelos que, supusimos, estaban de despedida, y cuya conversación más inteligente fue disertar sobre quién era mejor, si Jet Li, Jackie Chan o Van Damme, todo esto aderezado con flexiones en el suelo, gritos varios. Yo creo que se habían bebido hasta el agua de los floreros :) Llegamos a la estación con tiempo de sobra, y tras un rato esperando, cogimos el autobús de milagro. Para que no os pase como a nosotros, os cuento: a la ida cogimos un autobús, el cual pensamos que sería el mismo que a la vuelta, pero no, era de otra compañía, por lo que en un principio pensamos que no sería el nuestro. Estuvimos a punto de no cogerlo y quedarnos en tierra, lo cual también hubiese hecho perdernos la famosa sucesión de transportes xD

En 40 minutillos estabamos en el aeropuerto, en el cual estaba cayendo una nevada de cuidado! Acostumbrados al fresquito de Jaén, aquello era una atracción turística más! Nos acojonamos un poco, porque pensamos que quizás pudieran cancelar los vuelos, pero allí la gente no se asusta con 4 copos hombre! Es increíble que con el soletón que nos había acompañado todo el día, al final éste acabase de esta forma, pero era un colofón genial al viaje!

Las dos horas de vuelo me las pasé sopa, pues luego me faltaban otras 3 horas de camino conduciendo hasta Jaén. Llegamos media horilla antes que mi primo, que os recuerdo venía de París, así que los esperamos en Barajas. Álvaro vino de nuevo a por nosotros, lo cual vuelvo a agradecerle, eres el mejor! Las 3 horas de camino a Jaén se me hicieron muy cortas, pues no paramos de contar anécdotas que nos habían pasado a unos y a otros, y para cuando quisimos darnos cuenta, estábamos cada uno sobando la mona en su cama.

Yo me acosté feliz, muy feliz, pues había realizado uno de mis sueños, realizar un viaje con mi novia en el que absolutamente todo había salido a la perfección! Umm, ¿todo? Si, todo, no? Ah, pues me dicen que no, que mi novia sigue teniendo pesadillas con aquel maldito batido de chocolate que pesaba como un demonio :D

Próximamente, el epílogo! ¿Conseguiré convencer a mi novia para que lo escriba ella?

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miércoles, 6 de octubre de 2010

Navidad en Francia (Día 4)

Después de desayunar un café y croissant de turno en la pastelería de la esquina, cargados de bártulos y fuimos a recuperar el coche. Lo habíamos dejado en un parking para evitar incidentes, y allí lo encontramos esperándonos. Nos pusimos a cargar el coche - Esta maleta por aquí. Sujeta esta bolsa. Espera recoloco el saco de dormir. Dame la bolsa. Sujeta la radio. ¿Y la botella de agua? Ah! Esto aquí encima va mejor. Cierra que nos vamos. - Así que salimos del parking, y con un poco de ayuda del GPS conseguimos salir de la ciudad.

Ya a las afueras, cuando habíamos recorrido bastantes kilómetros, Edu me dice - Juan, pon la radio - y en ese momento toda la sangre de mi cuerpo se paralizó. Recordaba haber tenido la radio en las manos mientras cargábamos el coche en el parking, pero no recordaba haberla soltado, y una cosa estaba clara, en mis manos ya no estaba. No era capaz de recordar si alguien me la quitó de las manos, o si la solté yo en algún sitio. La cuestión es que la carátula de la radio ya no estaba en el coche, ni en el maletero (que revolvimos en la primera estación de servicio que encontramos). A esas alturas no podíamos volver a buscarla al parking, ya sólo podíamos resignarnos y seguir la ruta.

Más serios que un ajo hicimos la primera parada del día: Château de Chambord. Este castillo del valle del Loira es el más grande de la zona. Aunque uno de nosotros se empeñase en que no es un castillo, en que es un palacio. Ya sabes, que si el foso era una mierda, que si las murallas tienen ventanas...


El castillo, entre otras cosas, tiene 8 torres, 440 habitaciones, 365 chimeneas, y 84 escaleras. ¡Ahí es nada! Y en el centro del torreón se eleva una escalera de doble hélice, que se atribuye a Leonardo da Vinci. Esta escalera permite subir y bajar por ella, permitiendo que las dos personas se vean, pero sin que lleguen a cruzarse. La pena fue que siendo día 1 de enero, encontramos el castillo cerrado y no pudimos entrar a verlo por dentro. Pero con las impresionantes vistas que ofrece por fuera nos quedamos más que satisfechos.

Siguiendo la ruta hacia el sur, nos dio la hora de comer cerca de Blois. Así que aparcamos el coche y buscamos una panadería mientras visitábamos esta bonita ciudad.


Nos costó, pero conseguimos comprar algo de pan y seguimos la ruta por la orilla del Loira hasta que paramos a comer en un pueblo cualquiera, sentados en un banco de piedra, disfrutando de las vistas del río mientras llenábamos los estómagos con comida fría. Al rato de estar allí, paró un coche cerca y se bajaron una pareja. Ella se nos acercó y nos preguntó que de donde éramos. Al decir que éramos españoles, empezó a hablar en un castellano básico y a contarnos que tenía familia en España y que le gustaba mucho.  Al rato de estar charlando, se dirige a su pareja le dice que lo que yo tenía en la mano era salchichón y que estaba riquísimo. A ninguno de nosotros le apetecía explicarle que lo que tenía en la mano en realidad era una tripa de chorizo, ni nos apetecía explicarle la diferencia entre una churra y una merina, así que lo dejamos pasar entre risas y miradas de "no tiene ni puta idea". Cuando dio la conversación por terminada se volvieron a montar en el coche y siguieron por la carretera, lo que nos hacía pensar - ¿A que carajo han parado? ¡Si sólo han hablado con nosotros y se han ido!

Cuando terminamos de comer, volvimos al coche y seguimos hacia el Château de Chenonceau. En este sí que estábamos de acuerdo (o casi) que no era un castillo. ¡Era un castillo-puente! O sea, no es que tuviese un puente que comunica con el otro lado del Loira. Es que el castillo es el puente.


Al terminar la visita al castillo, ya que este sí que estaba abierto, estaba anocheciendo. Así que decidimos ir directos para Burdeos, donde debíamos dormir aquella noche, suspendiendo unas cuantas visitas más que teníamos planeadas para esa tarde que ya estaba acabando.

Ya en Burdeos, aparcamos cerca de la estación de tren ya que el hotel estaba por la zona. Se supone que estaba en una calle al lado de la estación, pero no éramos capaces de encontrarlo. De hecho, lo que no éramos capaces de encontrar era la calle del hotel. No parábamos de andar arriba y abajo con cara de tontos y con los macutos a cuestas sin encontrar la calle. Lo que no tenía lógica era ni siquiera la cartografía del GPS coincidiese con las calles en las que estábamos. Al final fuimos capaces de encontrar el hotel, sin encontrar la calle, porque vimos el cartel del hotel que coincidía con el nombre que nosotros teníamos apuntado. Y es que la zona estaba en obras y la calle era una especie de prolongación de otra, pero desde un punto arbitrario, y no desde un cruce, como suele ser.

Total, cuando conseguimos dejar las cosas en el hotel y darnos una ducha salimos a patear un poco la ciudad, por muy de noche que fuese. Edu prefirió quedarse en el hotel, relajado y descansar para el viaje final de vuelta que haríamos al día siguiente. Mientras nos íbamos turnando para ducharnos, íbamos viendo la tele a ratos. Y de pronto encontramos un resumen de lo que había sido el recibimiento del año nuevo en las capitales europeas: Madrid, Atenas, Londres, Roma, Bruselas... y pensamos - A ver cuando sale París, y vemos que fue lo que nos perdimos. Porque seguro que se celebraba en otro sitio y no nos dimos cuenta - Y entonces salió París y apareció justo lo que nosotros estuvimos viendo: la Torre Eiffel con sus luces normales y corrientes que se encienden a cada hora, cada día del año. En fin, al menos nos quitamos de encima la sensación de que nos habíamos la verdadera fiesta.

Después de la ducha, Jose y yo salimos a recorrer Burdeos, que por un lado nos pareció precioso, pero recorrerla de noche no nos terminó de dar buena espina, la verdad. Nos ocurrían cosas bastante surrealistas con la gente que nos íbamos cruzando, pero bueno, prefiero quedarme con lo bonita que era la ciudad, el río, sus puentes, su tranvía, sus plazas...


Y ya cerca de las 0:30, habiendo pateado bastante y charlado más aún volvimos al hotel a dormir. Al día siguiente haríamos el último y más largo de los tramos del viaje. La vuelta a casa.

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lunes, 6 de septiembre de 2010

Diario de un peregrino (final)




Abrí los ojos para encontrarme de nuevo entre desconocidos en un lugar extraño. Era bastante temprano, todos tenían el camino hecho y al ser domingo lo único que les quedaba por hacer era asistir a mediodia a la misa del peregrino. Era el momento de llegar al final de mi peregrinaje, de recorrer los últimos metros con la mochila a cuestas, de "mirar a las estrellas" siguiendo mi ruta, de buscar vieiras, seguir flechas amarillas, de recorrer caminos de asfalto, de piedra o tierra. Al recoger mis cosas y salir me encontré con la ciudad compostelana bañada por un manto de niebla, que la hacía aún más hermosa en la soledad de la madrugada. Aquel momento fue solo para la ciudad y para mí, lejos de la masificación turística y de peregrinos solo las piedras de la historia serían el testigo de haber cumplido mi sueño.



Disfruté de cada casa, de cada esquina, de cada señal que me llevaban nuevamente a la plaza del Obradoiro, totalmente en soledad. Entré en la desierta Catedral, ya conocía el camino de sobra de años atrás, así que fui derecho al sepulcro del apóstol, bajé, dejé mi pesada mochila en el suelo y me senté frente a él. Durante todo el camino había estado pensando en qué diría llegado aquel momento, no por religiosidad, sino porque era el momento de saber la verdadera razón, la fuerza oculta que me llenaba de tanto deseo de alcanzar mi meta. No hizo falta meditar nada, los pensamientos surgieron claros y concisos, ya sabía por qué estaba allí, y sólo pedí que mi camino fuera ejemplo de mi vida, que supiera seguir las señales que marcaban mi destino, que no me perdiera en ningún momento y que por muy duro que fuera jamás pensara ni siquiera en abandonar mi camino.



Salí de la Catedral y me senté en la plaza para hacer hora hasta que abrieran las oficinas en las que había que pedir la Compostela. En aquel momento, allí sentado, un millón de pensamientos y sentimientos invadieron mi mente, sobre todo pensando en mi abuelo, el hombre más fuerte que jamás he conocido, que nunca ha necesitado la ayuda de nadie ni tampoco la habría pedido, y que en sus últimos meses de vida ya no podía caminar. Él me dio las fuerzas en cada momento, él anduvo conmigo cada paso, y cada vez que las fuerzas me faltaban el mero pensamiento de andar lo que él no pudo me empujaban a lo más alto, debía seguir adelante por él, y él estaba allí por mí. No pude evitar echarme a llorar, y allí, en aquel momento, terminé mi peregrinaje, ya había encontrado mucho más de lo que creía poder encontrar.



En cuanto abrieron las oficinas entré a pedir la Compostela, una especie de diploma que acredita que has hecho el Camino de Santiago, en cuanto tuve el hermoso texto en latín con mi nombre a fecha 7 de septiembre de 2008 fui a desayunar a un bar que estaba junto a la comisaría de Policía, bajando unas escaleras que desde la plaza llevaban hacia el camino a Finisterre. Allí el observar a los policías que desayunaban me distrajo al fin de todo lo que me turbaba la mente. Con el café, afortunadamente una taza abundante, me pusieron unas galletas, y aunque yo no suelo comer lo que a veces ponen con el café allí hice una excepción, me apeteciera o no. Después de eso fui a dar una vuelta por la ciudad, mientras cada vez aparecía más ambiente por la ciudad. Mis pasos me llevaron hasta un hermoso parque en el que permanecí casi toda la mañana. Una banda de música de percusión ensayaba en la explanada central, donde algunos turistas se hacían fotos junto a la estatua de dos abuelas muy bien caracterizadas con sus ropas y sus verrugas.



Tras descansar un largo rato en un banco con vistas a la Catedral volví un rato antes de que comenzara la misa del peregrino. De nuevo en la Catedral, bastante más abarrotada que por la mañana temprano, me encontré con la pareja de sevillanos, me hizo mucha ilusión reencontrármelos y me dijeron que Laura y Fernando estaban por ahí cerca buscándome, así que fui derecho a su encuentro. Nos reencontramos otra vez, Fernando estaba con su novia, que se había acercado a Santiago para recibirle, y fuimos todos juntos a que éste recogiera su credencial, a Laura ya le daba igual, tenía ya unas cuantas credenciales. Tras una larga cola al fin obtuvo Fernando también su credencial, y fuimos todos a la misa. Fue una misa impresionante, no cabía un alfiler en la catedral, y varios sacerdotes de muy distintas partes del mundo dieron una parte de la misa cada uno en su idioma, uno en francés, otro en italiano, otro en portugués, otro en inglés... el obispo de Santiago comenzó luego a recitar a los peregrinos que aquella mañana habían llegado, tantos de nosedonde desde Irún, tantos de tal sitio desde tal otro... y así hasta que dijo "un peregrino de Jaén desde Ribadeo" y una monja con una voz angelical comenzó a cantar en latín mientras llegaba el momento más hermoso de la misa, el famoso Botafumeiro, un enorme incensario que entre unos cuantos monaguillos descolgaron del techo y empezaron a balancear a lo largo de toda la nave central y que casi tocaba el techo, todo aquello mientras la monja cantaba (es una pena que perdiera el vídeo que grabé, porque es una escena realmente preciosa) y mientras éste se balanceaba de un lado a otro me fijé en la gente, allí estaban los curas checos, los madrileños, la familia atacada por el perro, los franceses, la chica de Arzúa, los sevillanos, el vasco con el resto de ciclistas... estaban todos aquellos que compartieron el Camino conmigo, cada uno con su historia y con sus motivos, al fin estábamos todos juntos en nuestro destino, y por últiima vez los vería a cada uno de ellos.



A la salida de la Catedral los padres de Fernando nos estaban esperando, fue una escena acogedora, ojalá estuvieran allí mis padres y mi hermano para recibirme. En ese momento tuve claro que mi aventura no proseguiría hasta mi destino marcado inicialmente, el faro de Finisterre, a parte de porque Laura ya me había dicho que era un tramo que no merecía nada la pena recorrer, porque solo me apetecía volver a casa con los míos y porque mis compañeros de viaje se despedían para siempre, cada uno volvería de una forma u otra a su casa y seguir caminando ya carecía de cualquier sentido. El padre de Fernando, que era de Baeza, se alegró mucho de conocerme al ser yo de Jaén, estuvimos hablando un rato y me contó que echaba mucho de menos aquella nuestra tierra. Tras una triste despedida nos quedamos solamente Laura y yo, así que nos fuimos a un bar a comer (que ya iba siendo hora) y tras eso nos acompañamos el uno al otro tanto a la estación de autobuses como a la de tren. Laura volvería al dia siguiente a Madrid en autobús, y yo había decidido volver aquella misma noche. Tras comprar los billetes nos despedimos, deseándonos buen camino en la vida y esperando volver a encontrarnos cualquier otro año en el peregrinaje a Santiago.

Con toda la tarde por delante solo me quedaba hacer hora hasta que saliera mi tren con destino a Madrid, así que me encerré en una cafetería la mayor parte de la tarde y me tomé como seis o siete cafés por puro aburrimiento mientras ordenaba mis ideas, manejaba las cartas o simplemente hablaba con el camarero. Cuando ya no tenía más sentido el tomar tanta cafeína salí a dar una vuelta por las tiendas. Junto a la Catedral había un chaval vendiendo vieiras, y como había prometido a Marijose llevarles a ella y a su marido una se la compré allí (Marijose es una ex-compañera de trabajo a la que siempre he tenido muchísimo cariño). Tras eso fui a buscar una cruz de Santiago de plata para Natalia, aunque a mí las cruces nunca me han gustado porque el llevarlas no me ha traído más que desgracias esperaba de todo corazón que el esfuerzo de mi camino fuera suficiente para que ese símbolo que me encanta la protegiera a ella de cualquier mal.

Se acercaba la hora de coger el tren, y como era domingo y la tradición me mandaba cenar los domingos pizza mientras veía Cuarto Milenio, además tenía que celebrar a lo grande mi despedida, fui a una pizzería y pedí una pizza Barbacoa, la chica que me atendió me dijo que había una oferta y tenían que ser dos, aunque yo quisiera una y estuviera dispuesto a pagar lo mismo. Así que allí me senté, a ponerme ciego de pizza mientras miraba constantemente mi reloj para no perder el tren, y cuando me terminé la primera pedí una caja para la segunda y me la llevé por si en el tren me daba hambre. Llegando a la estación llené mi botella de agua de una fuente, la probé y no me fié, pues allí beber de una fuente sin especificar si es potable o no es una ruleta rusa, vacié la botella y entré en la estación. Mientras esperaba al tren observaba divertido a un grupo de jóvenes árabes que se picaron de fuertes, uno se puso a hacer pesas con su maleta, otro a hacer el pino... me hizo gracia sobre todo un chaval que era igual a mi amigo Juan Enrique, solo que con una barba modelo talibán.



Al subir al tren, como siempre, me tocó en un asiento sin nadie al lado y junto a la ventanilla, mi suerte con los trenes es asombrosa. Una vez en marcha la pizza se empezó a notar y una sed horrible me invadió, tenía que beber agua como fuera, afortunadamente el tren tenía un vagón bar, fui a trompicones al otro extremo del tren, el cual descubrí que era larguísimo, hasta que finalmente llegué, pregunté el precio de una botella pequeña, un precio abusivo (1,50 € por una botella pequeña) que no me importó por la sed que tenía y pedí dos botellas las cuales no duraron ni dos segundos. Volví a mi asiento satisfecho, me senté cómodamente y desperté al dia siguiente en la estación de Chamartín. Cogí un cercanías a Atocha y una vez allí comí los víveres que me quedaban, aproveché el tiempo que quedaba hasta que saliera el tren hasta Jaén para llamar a mi hermano y pedirle que me acercara a mi casa, pues a todo el mundo le había estado largas diciendo que iba mucho más retrasado de lo que en realidad iba, para mis padres ese día debía estar llegando a Arzúa y terminaría en Finisterre (sumando en total unos 5 dias más al viaje).

En el tren de vuelta me tocó al lado un joven de Madrid que casualmente trabajaba para la misma empresa que yo, estaba haciendo unos trabajos por Andalucía y le tocaba ir a Jaén, por el camino no hacía más que hablar por teléfono y al llegar al paso de Despeñaperros y perder por momentos la cobertura decía que estaba en el puto culo del mundo, que el sitio aquel daba asco, y me costó lo mío contenerme para levantarme y pegarle un par de leches al pijo de mierda ese, pero por suerte me supe contener (sólo los jiennenses tenemos derecho a decir que nuestra tierra da asco, y aún así ninguno lo pensamos realmente). Al llegar a la estación fui mochila al hombro hasta el trabajo de mi hermano, por el trayecto iba buscando flechas, señales... aunque supiera por dónde ir en los días posteriores me costaba no ir por un camino marcado, y me resultaba hasta extraño, desgraciadamente terminé acostumbrándome. Mi hermano me llevó a casa, mis padres estaban de viaje por Italia y no había nadie, sin embargo fui a ver a mis tíos, primos y abuela, justo al lado, y se sorprendieron muchísimo al verme, y al llamar mi madre comencé diciéndole que estaba en Arzúa todavía y que al dia siguiente llegaría a Santiago, queriendo sorprenderlos cuando llegaran, pero no quise preocuparlos más y finalmente le dije la verdad.

Cuando oía que el Camino de Santiago es una experiencia única que cambia a la gente apenas me lo creía, pero era algo que esperaba que fuera cierto. Ahora sé seguro que es totalmente verdad, he encontrado, como ya he dicho, mucho más de lo que esperaba, es una experiencia única, religiosa para los que creen y espiritual para los que no, en cualquier caso es un camino que se te queda grabado en el alma para siempre, que te encanta y enamora. Animo a quien haya tenido el aguante de leer este diario a que busque su propio camino, a que no deje nada por hacer en la vida, a perseguir sus sueños y a hacer caso siempre al corazón, cualquiera que sea la consecuencia, porque para bien o para mal debemos vivir con el corazón, luchar aunque creamos que nos estamos equivocando y reunir el valor para afrontar los cambios que se nos presenten, porque las señales que nos encontramos en el camino de la vida serán siempre claras, y sabremos seguirlas si realmente queremos reconocerlas.

Escribiendo este diario me he vuelto a sentir caminando entre los bosques de eucaliptos, he vuelto a sonreir con las historias y he vuelto a llorar, no habría terminado este diario si no hubiera tenido el apoyo de la gente que me importa y que lo lee, así que a tí, que lees estas últimas líneas solamente me queda decirte gracias y ¡buen camino!

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Diario de un peregrino (dia 7)

Chove en Santiago
meu doce amor.

Camelia branca do ar brila
entebrecida ô sol.


Chove en Santiago
na noite escura.
Herbas de prata e de sono
cobren a valeira lúa.

Olla a choiva pol-a rúa,
laio de pedra e cristal.
Olla no vento esvaído
soma e cinza do teu mar.

Soma e cinza do teu mar
Santiago, lonxe do sol.
Ãgoa da mañán anterga
trema no meu corazón.

Llueve en Santiago
mi dulce amor
camelia blanca del aire
brilla entenebrado el sol.

Llueve en Santiago
y es noche oscura
hierbas de plata de sueños
cubren la desierta luna.

Mira la luna en la calle
queja de piedra y cristal.
Mira el viento perdido
sombra de tizna de tu mar.

Sombra de tizna de tu mar.
Santiago, lejos de tu sol
agua de mar
remueve mi corazón.

Federico García Lorca

Tras una noche bastante ligera de sueño seguramente debida a la siestecita del dia anterior me desperté mucho antes de que la luz del alba brotara en el horizonte. Por el ventanal junto a mi litera pude comprobar que el bar de al lado ni siquiera había abierto aún para los desayunos, y que una fina capa de lluvia ocupaba el ambiente. Recogí mis cosas y fui a la sala de descanso a desayunar un batido y galletas comprados el dia anterior. Allí me encontré nuevamente con la chica que dormía a mi lado, más madrugadora aún que yo, que estaba preparándose para salir. Permanecí un rato saboreando el batido de chocolate mientras miraba hacia la calle, pronto vi pasar a la muchacha y decidí hacer algo de tiempo para no tener que encontrármela en el Camino, no sé por qué pero me incomodaba bastante su presencia. Con el estómago lleno, la cabeza en su sitio y todo listo para la última dura jornada de camino salí a la calle cubierto con mi chubasquero a caminar con las luces de las farolas del pueblo.

A la salida del mismo me junté con unos pocos peregrinos más que esperaban en un cruce sin señalizar, debatiendo acerca del camino correcto. Decidieron girar hacia la derecha, yo que no lo veía tan claro me quedé un rato buscando algún tipo de señal, a veces llevaba unos momentos encontrar el más mínimo indicio que te muestra el camino a seguir, ya sea detrás de un poste, en el suelo o en una piedra (incluso a veces algún peregrino dejaba algunas ramas para mostrar el camino correcto en cruces no señalizados). Pronto nos volvimos a juntar otro grupo de desorientados, un chaval de rasgos orientales comprobó su guía, y tras dudar un poco finalmente tomamos el camino de la izquierda. Fue una decisión acertada, ya que tras unos cien metros el camino salía a la carretera y giraba hacia la izquierda, comprobé divertido que el grupo anterior venía desde la derecha de la misma, habiendo dado un rodeo para ellos supongo que algo molesto.

Disfruté los últimos kilómetros de mi aventura, del paso de mis pies entre la hierba verde, de los aromas y las vistas, pronto diría adios a la sensación de libertad, al recorrer pueblos con total independencia de otro medio de transporte que no fuera mi propia fuerza, a las leyendas de bosques encantados, al rumor de los ríos de agua cristalina, a la compañía del canto de los pájaros. Me sentía como las águilas que a menudo veo por mi tierra, sin más peso en mi vida que el de la mochila, sin necesitar nada más para vivir, realmente en aquellos momentos me estaba planteando el que aquello se convirtiera en mi modo de vida, el ir andando por el mundo sin descanso, conociendo gente y culturas, purificado por la lluvia, nunca en soledad, pues allá donde fuera siempre bailaría con mi sombra y la luna me acompañaría.

La ruta estaba más concurrida, mucho más, se podía sentir otro tipo de peregrinaje, más en convivencia, compartiendo sonrisas y palabras, disfrutando de la compañía de extraños con historias apasionantes. Cuando la calor apretaba y aún seguía lloviendo era todo un gusto desprenderse del chubasquero para caminar casi a cuerpo, con el bañador (los dias de lluvia caminaba con el bañador, una pena no poder haberlo usado en alguna de las hermosas playas del camino del norte).



Se acercaba la hora de comer, por el trayecto apenas se veían bares, salvo en un poblado donde llegué a eso de la una de la tarde, pero estaba tan abarrotado de peregrinos que decidí caminar un poco más, aunque no me quedaran víveres. Me adentré de nuevo en los bosques densos de eucaliptos, aprovechando tímidamente para orinar en el lugar más solitario con miedo a que en ese momento pasara algún otro peregrino. Seguí caminando ya prácticamente en soledad, a aquellas horas quien no estaba comiendo estaba descansando en alguna de las numerosas sombras del camino. El hambre comenzó a apretar, esperaba encontrar un bar que nunca llegaba, las fuerzas flaqueaban y ya pensaba que aquel dia me quedaría sin comer, hasta que con bastantes kilómetros ya a las espaldas me topé con Casa Porta, en Paio, con algunos peregrinos en bici descansando en la puerta. Entré y para mi sorpresa era un lugar con más turistas o gente que había salido a tomar algo que peregrinos (algo lógico siendo ya sábado). Me senté en la única mesa que había libre para pedir un menú, al fin mis piernas descansaron y comencé a comer tranquilamente mientras veía aquel extraño invento que ya ni recordaba, la televisión. Pronto por la puerta del bar vi una cara familiar, no me lo podía creer, ¡era Fernando! Me acerqué a saludarlo, iba con Laura. Por lo visto antes de tomar el autobús el dia que amanecimos en Sobrado como ya había mejorado el tiempo Laura quiso seguir en vez de esperar un dia mas y Fernando se decidió a acompañarla, pues Valentín, con la mochila repleta de mermeladas, miel y demás productos del monasterio, no tenía más remedio ya que irse. Me alegró bastante reencontrarme con ellos, les deseé buen camino y quedamos en que nos encontraríamos en Santiago.

Volví a mi mesa, a devorar mi comida mientras contemplaba la escena de la mesa de al lado, un matrimonio que había pedido algo así como una parrillada de carne y se la habían llevado cruda y a parte una plancha para que ellos mismos la cocinaran, algo realmente curioso, una idea que me encantó, y luego a parte pidieron un plato que les flambearon allí mismo. Cuando me di cuenta un grupo de mujeres aguardaba detrás de mi mesa esperando a que me fuera para sentarse, incluso me preguntaron si me quedaba mucho y hasta me metieron prisa, no podía creer a tal grupo de gilipollas, ¡qué poco respeto! Después de la dureza de mi peregrinaje la escena me enfadó bastante, así que dejé el segundo plato a medias, rehusé del postre y me fui a la barra a pagar por no decirles "ya os podeis meter la mesa por el coño si quereis".

Pese a todo lo ocurrido en el bar no alteró mi humor, es imposible enfadarse ya que lo que te llena el corazón en aquel lugar no deja espacio para nada más. Llegué al río de Labacolla, donde antiguamente los peregrinos descansaban para refrescarse y lavarse para estar presentables a su llegada a Santiago. Me adentré en otro bosque, el último, algo más concurrido por la proximidad del destino. Allí encontré una tumba, en la placa venía explicado que allí mismo, a apenas unos kilómetros de llegar, un hombre de sesenta y nueve años había muerto haciendo el peregrinaje, la tristeza invadió mi corazón de pensar en lo que debió sufrir por no haber alcanzado su objetivo, pero seguramente esté satisfecho, porque cada peregrino que pase por ahí cogerá un trozo de su alma para que le acompañe hasta el final. Pronto el sendero me llevó a atravesar la zona del aeropuerto y de ahí a la carretera del Monte Do Gozo, el monte que hay justo a la entrada de Santiago. La subida fue durísima, por el asfalto y sin ninguna sombra, y el único atractivo de naves industriales y de la televisión gallega. Al fin llegué a lo más alto, donde se supone que se tiene que ver la ciudad, pero que no aparecía por ninguna parte. La opción de Fernando y Laura era la de quedarse en el albergue de Monte Do gozo, ya a apenas cuatro kilómetros de la llegada, un albergue bastante amplio, cómodo y limpio en el que merecía la pena hacer noche, pero yo me sentía ya tan cerca... En la bajada unos peregrinos ciclistas pasaron corriendo cantando y gritando felices de dejarse caer hacia la ciudad. Me gritaron dándome ánimos, que me valieron de mucho y un ¡nos vemos en Santiago!, y respondí gritando también, sonriendo, fatigado, sin fuerzas pero decidido a no darme tregua alguna.



Llegada a Santiago de Compostela, ¡al fin! Entré disfrutando de la ciudad, portando orgulloso mi mochila y mi bordón, era un peregrino de Santiago y llegaba a mi destino. Primeramente me dediqué a encontrar el albergue de La Asunción, un antiguo claustro que antiguamente había servido como seminario. Había bastante cola para entrar, temía haber llegado demasiado tarde como para que quedaran camas libres, la situación del albergue era estupenda, en la zona vieja de la ciudad desde la que se podía ver perfectamente la Catedral y su entorno. Finalmente llegó mi turno y me asignaron una cama, fui siguiendo las indicaciones que me dieron entre salas y habitaciones que hacían un laberinto interminable. Cuando llegué al fin a mi cama observé horrorizado que estaba ocupada, así que desanduve los kilómetros que separaban hasta la entrada para hablar nuevamente con el encargado, el cual me acompañó, y al ver que efectivamente estaba ocupada intentó arreglarlo. Finalmente terminó dándome una cama libre que había en una pequeña habitación al lado, yo estaba encantado, tenía mi esquinita, donde siempre me gustaba dormir, en una habitación reducida en vez del enorme salón con cientos de camas que tenía asignado al principio.



Con todo arreglado en el albergue y librado del mochilón me dirigí hacia la Catedral, al entrar a la plaza del Obradoiro recordé con ilusión cuando estuve en aquel mismo lugar años atrás, me puse a recorrer todo aquello que vagamente recordaba y me encantó, vi al famoso abuelete disfrazado de peregrino que se echa fotos con los turistas y finalmente entré en la abarrotada Catedral, a rebosar de gente, y el Santo Dos Croques, donde tradicionalmente se pedía un deseo dando cabezazos a una figura, en restauración. Al terminar mi visita salí a la ciudad a dar una vuelta, me metí en una cafetería a echar un cafelito, sentado leyendo el periódico o jugueteando con las cartas. Junto a mí había unos chavales jugando al mús, cuando me vieron sacar las cartas comenzaron a mirarme todos de reojo y medio riéndose, bastó con un par de florituras para que apartaran la vista y siguieran a su juego, seguramente les quité las ganas de invitarme a la partida.



Tras dar varias vueltas por la ciudad mirando tiendas cené algo en un bar y me tomé unas cuantas cervezas, seguramente más de la cuenta, pero... ¡qué demonios! Estaba de celebración al fin y al cabo, aunque mi peregrinaje aún no había llevado a su fin, o, al menos no lo sentía así. Ya de noche, antes de que cerraran las puertas, volví al albergue, en cuya entrada unos muchachos de más o menos mi edad hablaban mientras fumaban un cigarro, me senté a acompañarlos, tras lo cual di buenas noches a la Catedral iluminada al fondo y me fui a mi esquinita tras el laberinto de habitaciones a dormir plácidamente.

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domingo, 5 de septiembre de 2010

Navidad en Francia (Día 3 - Nochevieja en París)

Nada más levantarnos y siguiendo la dinámica que cogimos en Londres el año anterior, salimos del hotel y nada mas empezar a andar encontramos en la esquina de la calle una panadería en la que también servían café. Así que antes de empezar el pateo desayunamos allí haciendo uso del francés for dummies que conocíamos - Café olé, sivuplémmmm ¿Croasán? Mersí! - y tira pa la calle que a mí me da la risa.

La primera parada del día volvería a ser la Torre Eiffel. Cuando la noche anterior estuvimos allí pensamos que no íbamos a subir dos veces en dos días, así que había que elegir entre subir de día o subir de noche. Y decidimos que lo haríamos de día. Así que fuimos directos al metro. Esta vez, en lugar de bajarnos en la parada de Trocadero, como la noche anterior, nos bajamos en otra cerca a los Campos de Marte. Cuando el metro pasó por encima del Sena (algo inesperado para unos madrileños de adopción como Jose y yo) pudimos ver la Torre Eiffel con la cumbre cubierta por nubes. Pues nada, tampoco subimos esa mañana porque nos parecía un poco absurdo subir para no ver nada. Así que se quedó subir como tarea pendiente para la próxima vez que volvamos a París. 


Nos dimos un paseito por los Campos de Marte y de nuevo al metro, donde nos separamos. Edu y yo iríamos a Notre Dame, Jose quería llegar hasta la Biblioteca Nacional, y se reuniría más adelante con nosotros. Edu y yo salimos del metro cerca del Hôtel de Ville y cruzamos el río para llegar a la Isla de la Cité. Visitamos la catedral de Notre Dame pero no llegamos ni a entrar, y es que en un viaje tan corto no hay demasiado tiempo y hay que recortar por donde sea. Al final, dimos una vuelta alrededor de la isla, observando la catedral desde el otro lado del Sena para observar el rosetón de la fachada sur y justo cuando estábamos terminando de darle la vuelta nos mandó un sms Jose: la Biblioteca Nacional estaba cerrada se unía a nosotros allí mismo en vez de más adelante como teníamos planeado.






Ya con Jose hicimos unas cuantas fotos más a Notre Dame y acto seguido continuamos la ruta hacia el Museo del Louvre. La entrada al Louvre también la dejamos para otra visita. No se puede ver París en un día, pero nosotros al menos lo pensábamos intentar. Hicimos unas cuantas fotos al museo y a la famosa pirámide de cristal, con la que, no termino de entender porque, la gente se empeñaba en hacerse una foto subidos a cualquier sitio y jugando con la perspectiva (como la típica foto "sujetando" la Torre de Pisa) simulaban que tenían la mano apollada en el vértice de la pirámide.





Seguimos andando, pasando por debajo del Arco de Napoleón hacia el Jardín de las Tullerías, y antes de llegar a La Plaza de la Concordia estuvimos buscando un sitio decente donde echarnos algo caliente al estómago, pero al ver los precios de todos los locales salíamos espantados. Hasta que entontramos en La Plaza de la Concordia unos puestos donde vendían bocadillos calientes, crêpes y... ¡Glögg! (No confundir con Grog xD) Nos metimos entre pecho y espalda unos bocadillos de salchichas, unos crêpes de postre y un vasito de glögg que nos ayudase combatir contra el frio de un 31 de diciembre en París. El glögg es un vino especiado típico de navidad que se sirve bastante caliente: entre 60-70 grados. Y creedme, desde luego ayuda a entrar en calor. Con el estómago lleno y calentándonos con el glögg cruzamos la Plaza de la Concordia y nos adentramos en los Campos Elíseos que recorrimos hasta llegar al Arco del Triunfo ya anocheciendo.








Desde aquí, decidimos volver al hotel para descansar un poco, cenar y reponer fuerzas para celebrar la nochevieja. Cuando decidimos salir de nuevo a la carga compramos unas botellas de cerveza, una botella de sidra para brindar y alguna cosilla para echarle al estómago e hiciese esponja con tanta bebida. Como teníamos tiempo de sobra decidimos llegar hasta el Arco del Triunfo caminando tranquilamente desde el hotel.

Cuando llegamos allí nos sentamos en un banco con nuestras bolsas con bebida y comida, y en cuestión de segundos apareció un policía vestido de paisano echándonos de allí. Nos acabó diciendo que allí no se podía beber, que nos fuésemos al Parc du Monceau que allí sí se podía beber y habría gente celebrando. Nos indicó como podíamos llegar, levantamos el campamento y pusimos rumbo al parque.

El que conozca París (o tenga un mapa a mano) se dará cuenta, igual que nosotros nos dimos cuenta cuando ya estábamos llegando, que por aquel parque ya habíamos pasado en la ida hacia el Arco del Triunfo. En fin, nos pegamos otra caminata de vuelta en busca del parque, desandando un buen trecho de camino.

Llegamos al parque y la sensación fue de desolación absoluta. Encontramos aquel parque más oscuro que la boca de un lobo y por si aún quedaban dudas, encontramos la verja cerrada a cal y canto. Con cara de tontos por haber hecho el mismo camino dos veces para nada, había que decidir el siguiente destino y llegar antes de que diesen las doce de la noche. Al final acabamos apostando por el clásico binomio Trocadero - Torre Eiffel (la tercera vez que iríamos en dos días). Esta vez buscamos una estación de metro, ya que sabíamos que se mantendrían abiertas durante toda la nochevieja las principales líneas. Pero lo que no supimos hasta que entramos es que además de estar abierto durante toda la noche, era gratuito.

Llegamos a Trocadero y nos buscamos un hueco desde donde hubiese buenas vistas de la Torre Eiffel. Y acabamos acabamos sentados en un bordillo con los pies colgando sobre una caída considerable, lo que hacía imposible que nadie nos quitase la vista. Escondimos un poco de la vista las cervezas y las bolsas, porque vimos varias veces como grupos de policías requisaban y vaciaban las bebidas alcohólicas que le encontraban a la gente que había por allí, y nos quedamos charlando mientras esperábamos al año nuevo. Poco a poco se fue llenando la zona de turistas y lugareños mientras a cada hora en punto, veíamos como la Torre se iluminaba durante 5 minutos con decenas de miles de bombillas que parpadeaban a todo lo largo y ancho de la torre.

Llegó un momento en el que incluso tuvimos un pequeño encontronazo con un grupo de adolescentes, que buscándose un hueco, pasaron por detrás nuestra tirando mi cerveza. Como buenos adolescentes, al mancharse uno de ellos una zapatilla con la cerveza que acababa de caer, se puso gallito y comenzó una pequeña discusión conmigo en la que cada uno hablaba su idioma, pero como ni yo entendía lo que me decía, ni él entendía lo que decía yo, simplemente empecé a ignorarlo hasta que se acabó calmando.

Cuando faltaban unos minutos para las doce empezamos a repartir llamadas perdidas y mensajes a amigos y familiares para felicitarles la entrada de año desde París. Y cuando llegaron las doce de la noche, miramos con espectación a la Torre, y las decenas de miles de bombillas empezaron a parpadear exactamente igual que a cada hora en punto. Nos mirábamos con incredulidad. ¡No pueden ser tan cutres los franceses! Pero lo fueron. Hubo a penas unos cuantos cohetes que lanzaban particulares mientras el resto se felicitaba el año nuevo. Así que nos resignamos, viendo que no había ningún espectáculo especial de pirotecnia, ni música, ni nada. Descorchamos una botella de sidra y nos amorramos a ella celebrando el año nuevo. Y a las 0:04, como habíamos pactado previamente, brindamos al grito de "Four Shots or Nothing!", sabiendo que en España había amigos brindando al mismo grito, al mismo tiempo.

Salimos de allí y caminamos hasta el hotel. Primero junto a una multitud que atascaba (literalmente) la Plaza de Trocadero y poco a poco con cada vez menos gente, pasando de nuevo por el Arco del Triunfo, acabando las cervezas que portábamos, e incluso perdiendo bolsas con comida por el camino, hasta que conseguimos llegar al hotel. En la puerta estuvimos hablando por teléfono con amigos de Jaén, que estaban a punto de salir de fiesta mientras nosotros estábamos a punto de irnos a dormir.

Al día siguiente había que abandonar París, marcando el ecuador del viaje, y empezaríamos la ruta hacia el sur.

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