Diario de un peregrino (final)
Abrí los ojos para encontrarme de nuevo entre desconocidos en un lugar extraño. Era bastante temprano, todos tenían el camino hecho y al ser domingo lo único que les quedaba por hacer era asistir a mediodia a la misa del peregrino. Era el momento de llegar al final de mi peregrinaje, de recorrer los últimos metros con la mochila a cuestas, de "mirar a las estrellas" siguiendo mi ruta, de buscar vieiras, seguir flechas amarillas, de recorrer caminos de asfalto, de piedra o tierra. Al recoger mis cosas y salir me encontré con la ciudad compostelana bañada por un manto de niebla, que la hacía aún más hermosa en la soledad de la madrugada. Aquel momento fue solo para la ciudad y para mí, lejos de la masificación turística y de peregrinos solo las piedras de la historia serían el testigo de haber cumplido mi sueño.
Disfruté de cada casa, de cada esquina, de cada señal que me llevaban nuevamente a la plaza del Obradoiro, totalmente en soledad. Entré en la desierta Catedral, ya conocía el camino de sobra de años atrás, así que fui derecho al sepulcro del apóstol, bajé, dejé mi pesada mochila en el suelo y me senté frente a él. Durante todo el camino había estado pensando en qué diría llegado aquel momento, no por religiosidad, sino porque era el momento de saber la verdadera razón, la fuerza oculta que me llenaba de tanto deseo de alcanzar mi meta. No hizo falta meditar nada, los pensamientos surgieron claros y concisos, ya sabía por qué estaba allí, y sólo pedí que mi camino fuera ejemplo de mi vida, que supiera seguir las señales que marcaban mi destino, que no me perdiera en ningún momento y que por muy duro que fuera jamás pensara ni siquiera en abandonar mi camino.
Salí de la Catedral y me senté en la plaza para hacer hora hasta que abrieran las oficinas en las que había que pedir la Compostela. En aquel momento, allí sentado, un millón de pensamientos y sentimientos invadieron mi mente, sobre todo pensando en mi abuelo, el hombre más fuerte que jamás he conocido, que nunca ha necesitado la ayuda de nadie ni tampoco la habría pedido, y que en sus últimos meses de vida ya no podía caminar. Él me dio las fuerzas en cada momento, él anduvo conmigo cada paso, y cada vez que las fuerzas me faltaban el mero pensamiento de andar lo que él no pudo me empujaban a lo más alto, debía seguir adelante por él, y él estaba allí por mí. No pude evitar echarme a llorar, y allí, en aquel momento, terminé mi peregrinaje, ya había encontrado mucho más de lo que creía poder encontrar.
En cuanto abrieron las oficinas entré a pedir la Compostela, una especie de diploma que acredita que has hecho el Camino de Santiago, en cuanto tuve el hermoso texto en latín con mi nombre a fecha 7 de septiembre de 2008 fui a desayunar a un bar que estaba junto a la comisaría de Policía, bajando unas escaleras que desde la plaza llevaban hacia el camino a Finisterre. Allí el observar a los policías que desayunaban me distrajo al fin de todo lo que me turbaba la mente. Con el café, afortunadamente una taza abundante, me pusieron unas galletas, y aunque yo no suelo comer lo que a veces ponen con el café allí hice una excepción, me apeteciera o no. Después de eso fui a dar una vuelta por la ciudad, mientras cada vez aparecía más ambiente por la ciudad. Mis pasos me llevaron hasta un hermoso parque en el que permanecí casi toda la mañana. Una banda de música de percusión ensayaba en la explanada central, donde algunos turistas se hacían fotos junto a la estatua de dos abuelas muy bien caracterizadas con sus ropas y sus verrugas.
Tras descansar un largo rato en un banco con vistas a la Catedral volví un rato antes de que comenzara la misa del peregrino. De nuevo en la Catedral, bastante más abarrotada que por la mañana temprano, me encontré con la pareja de sevillanos, me hizo mucha ilusión reencontrármelos y me dijeron que Laura y Fernando estaban por ahí cerca buscándome, así que fui derecho a su encuentro. Nos reencontramos otra vez, Fernando estaba con su novia, que se había acercado a Santiago para recibirle, y fuimos todos juntos a que éste recogiera su credencial, a Laura ya le daba igual, tenía ya unas cuantas credenciales. Tras una larga cola al fin obtuvo Fernando también su credencial, y fuimos todos a la misa. Fue una misa impresionante, no cabía un alfiler en la catedral, y varios sacerdotes de muy distintas partes del mundo dieron una parte de la misa cada uno en su idioma, uno en francés, otro en italiano, otro en portugués, otro en inglés... el obispo de Santiago comenzó luego a recitar a los peregrinos que aquella mañana habían llegado, tantos de nosedonde desde Irún, tantos de tal sitio desde tal otro... y así hasta que dijo "un peregrino de Jaén desde Ribadeo" y una monja con una voz angelical comenzó a cantar en latín mientras llegaba el momento más hermoso de la misa, el famoso Botafumeiro, un enorme incensario que entre unos cuantos monaguillos descolgaron del techo y empezaron a balancear a lo largo de toda la nave central y que casi tocaba el techo, todo aquello mientras la monja cantaba (es una pena que perdiera el vídeo que grabé, porque es una escena realmente preciosa) y mientras éste se balanceaba de un lado a otro me fijé en la gente, allí estaban los curas checos, los madrileños, la familia atacada por el perro, los franceses, la chica de Arzúa, los sevillanos, el vasco con el resto de ciclistas... estaban todos aquellos que compartieron el Camino conmigo, cada uno con su historia y con sus motivos, al fin estábamos todos juntos en nuestro destino, y por últiima vez los vería a cada uno de ellos.
A la salida de la Catedral los padres de Fernando nos estaban esperando, fue una escena acogedora, ojalá estuvieran allí mis padres y mi hermano para recibirme. En ese momento tuve claro que mi aventura no proseguiría hasta mi destino marcado inicialmente, el faro de Finisterre, a parte de porque Laura ya me había dicho que era un tramo que no merecía nada la pena recorrer, porque solo me apetecía volver a casa con los míos y porque mis compañeros de viaje se despedían para siempre, cada uno volvería de una forma u otra a su casa y seguir caminando ya carecía de cualquier sentido. El padre de Fernando, que era de Baeza, se alegró mucho de conocerme al ser yo de Jaén, estuvimos hablando un rato y me contó que echaba mucho de menos aquella nuestra tierra. Tras una triste despedida nos quedamos solamente Laura y yo, así que nos fuimos a un bar a comer (que ya iba siendo hora) y tras eso nos acompañamos el uno al otro tanto a la estación de autobuses como a la de tren. Laura volvería al dia siguiente a Madrid en autobús, y yo había decidido volver aquella misma noche. Tras comprar los billetes nos despedimos, deseándonos buen camino en la vida y esperando volver a encontrarnos cualquier otro año en el peregrinaje a Santiago.
Con toda la tarde por delante solo me quedaba hacer hora hasta que saliera mi tren con destino a Madrid, así que me encerré en una cafetería la mayor parte de la tarde y me tomé como seis o siete cafés por puro aburrimiento mientras ordenaba mis ideas, manejaba las cartas o simplemente hablaba con el camarero. Cuando ya no tenía más sentido el tomar tanta cafeína salí a dar una vuelta por las tiendas. Junto a la Catedral había un chaval vendiendo vieiras, y como había prometido a Marijose llevarles a ella y a su marido una se la compré allí (Marijose es una ex-compañera de trabajo a la que siempre he tenido muchísimo cariño). Tras eso fui a buscar una cruz de Santiago de plata para Natalia, aunque a mí las cruces nunca me han gustado porque el llevarlas no me ha traído más que desgracias esperaba de todo corazón que el esfuerzo de mi camino fuera suficiente para que ese símbolo que me encanta la protegiera a ella de cualquier mal.
Se acercaba la hora de coger el tren, y como era domingo y la tradición me mandaba cenar los domingos pizza mientras veía Cuarto Milenio, además tenía que celebrar a lo grande mi despedida, fui a una pizzería y pedí una pizza Barbacoa, la chica que me atendió me dijo que había una oferta y tenían que ser dos, aunque yo quisiera una y estuviera dispuesto a pagar lo mismo. Así que allí me senté, a ponerme ciego de pizza mientras miraba constantemente mi reloj para no perder el tren, y cuando me terminé la primera pedí una caja para la segunda y me la llevé por si en el tren me daba hambre. Llegando a la estación llené mi botella de agua de una fuente, la probé y no me fié, pues allí beber de una fuente sin especificar si es potable o no es una ruleta rusa, vacié la botella y entré en la estación. Mientras esperaba al tren observaba divertido a un grupo de jóvenes árabes que se picaron de fuertes, uno se puso a hacer pesas con su maleta, otro a hacer el pino... me hizo gracia sobre todo un chaval que era igual a mi amigo Juan Enrique, solo que con una barba modelo talibán.
Al subir al tren, como siempre, me tocó en un asiento sin nadie al lado y junto a la ventanilla, mi suerte con los trenes es asombrosa. Una vez en marcha la pizza se empezó a notar y una sed horrible me invadió, tenía que beber agua como fuera, afortunadamente el tren tenía un vagón bar, fui a trompicones al otro extremo del tren, el cual descubrí que era larguísimo, hasta que finalmente llegué, pregunté el precio de una botella pequeña, un precio abusivo (1,50 € por una botella pequeña) que no me importó por la sed que tenía y pedí dos botellas las cuales no duraron ni dos segundos. Volví a mi asiento satisfecho, me senté cómodamente y desperté al dia siguiente en la estación de Chamartín. Cogí un cercanías a Atocha y una vez allí comí los víveres que me quedaban, aproveché el tiempo que quedaba hasta que saliera el tren hasta Jaén para llamar a mi hermano y pedirle que me acercara a mi casa, pues a todo el mundo le había estado largas diciendo que iba mucho más retrasado de lo que en realidad iba, para mis padres ese día debía estar llegando a Arzúa y terminaría en Finisterre (sumando en total unos 5 dias más al viaje).
En el tren de vuelta me tocó al lado un joven de Madrid que casualmente trabajaba para la misma empresa que yo, estaba haciendo unos trabajos por Andalucía y le tocaba ir a Jaén, por el camino no hacía más que hablar por teléfono y al llegar al paso de Despeñaperros y perder por momentos la cobertura decía que estaba en el puto culo del mundo, que el sitio aquel daba asco, y me costó lo mío contenerme para levantarme y pegarle un par de leches al pijo de mierda ese, pero por suerte me supe contener (sólo los jiennenses tenemos derecho a decir que nuestra tierra da asco, y aún así ninguno lo pensamos realmente). Al llegar a la estación fui mochila al hombro hasta el trabajo de mi hermano, por el trayecto iba buscando flechas, señales... aunque supiera por dónde ir en los días posteriores me costaba no ir por un camino marcado, y me resultaba hasta extraño, desgraciadamente terminé acostumbrándome. Mi hermano me llevó a casa, mis padres estaban de viaje por Italia y no había nadie, sin embargo fui a ver a mis tíos, primos y abuela, justo al lado, y se sorprendieron muchísimo al verme, y al llamar mi madre comencé diciéndole que estaba en Arzúa todavía y que al dia siguiente llegaría a Santiago, queriendo sorprenderlos cuando llegaran, pero no quise preocuparlos más y finalmente le dije la verdad.
Cuando oía que el Camino de Santiago es una experiencia única que cambia a la gente apenas me lo creía, pero era algo que esperaba que fuera cierto. Ahora sé seguro que es totalmente verdad, he encontrado, como ya he dicho, mucho más de lo que esperaba, es una experiencia única, religiosa para los que creen y espiritual para los que no, en cualquier caso es un camino que se te queda grabado en el alma para siempre, que te encanta y enamora. Animo a quien haya tenido el aguante de leer este diario a que busque su propio camino, a que no deje nada por hacer en la vida, a perseguir sus sueños y a hacer caso siempre al corazón, cualquiera que sea la consecuencia, porque para bien o para mal debemos vivir con el corazón, luchar aunque creamos que nos estamos equivocando y reunir el valor para afrontar los cambios que se nos presenten, porque las señales que nos encontramos en el camino de la vida serán siempre claras, y sabremos seguirlas si realmente queremos reconocerlas.
Escribiendo este diario me he vuelto a sentir caminando entre los bosques de eucaliptos, he vuelto a sonreir con las historias y he vuelto a llorar, no habría terminado este diario si no hubiera tenido el apoyo de la gente que me importa y que lo lee, así que a tí, que lees estas últimas líneas solamente me queda decirte gracias y ¡buen camino!
2 comentarios:
Macho, eres un salvaje. Igual no publicas en meses, que de pronto publicas las dos últimas entradas a la vez.
Ale, ya puedes empezar a redactar otro diario! xD
Chapeau!
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