miércoles, 6 de octubre de 2010

Navidad en Francia (Día 4)

Después de desayunar un café y croissant de turno en la pastelería de la esquina, cargados de bártulos y fuimos a recuperar el coche. Lo habíamos dejado en un parking para evitar incidentes, y allí lo encontramos esperándonos. Nos pusimos a cargar el coche - Esta maleta por aquí. Sujeta esta bolsa. Espera recoloco el saco de dormir. Dame la bolsa. Sujeta la radio. ¿Y la botella de agua? Ah! Esto aquí encima va mejor. Cierra que nos vamos. - Así que salimos del parking, y con un poco de ayuda del GPS conseguimos salir de la ciudad.

Ya a las afueras, cuando habíamos recorrido bastantes kilómetros, Edu me dice - Juan, pon la radio - y en ese momento toda la sangre de mi cuerpo se paralizó. Recordaba haber tenido la radio en las manos mientras cargábamos el coche en el parking, pero no recordaba haberla soltado, y una cosa estaba clara, en mis manos ya no estaba. No era capaz de recordar si alguien me la quitó de las manos, o si la solté yo en algún sitio. La cuestión es que la carátula de la radio ya no estaba en el coche, ni en el maletero (que revolvimos en la primera estación de servicio que encontramos). A esas alturas no podíamos volver a buscarla al parking, ya sólo podíamos resignarnos y seguir la ruta.

Más serios que un ajo hicimos la primera parada del día: Château de Chambord. Este castillo del valle del Loira es el más grande de la zona. Aunque uno de nosotros se empeñase en que no es un castillo, en que es un palacio. Ya sabes, que si el foso era una mierda, que si las murallas tienen ventanas...


El castillo, entre otras cosas, tiene 8 torres, 440 habitaciones, 365 chimeneas, y 84 escaleras. ¡Ahí es nada! Y en el centro del torreón se eleva una escalera de doble hélice, que se atribuye a Leonardo da Vinci. Esta escalera permite subir y bajar por ella, permitiendo que las dos personas se vean, pero sin que lleguen a cruzarse. La pena fue que siendo día 1 de enero, encontramos el castillo cerrado y no pudimos entrar a verlo por dentro. Pero con las impresionantes vistas que ofrece por fuera nos quedamos más que satisfechos.

Siguiendo la ruta hacia el sur, nos dio la hora de comer cerca de Blois. Así que aparcamos el coche y buscamos una panadería mientras visitábamos esta bonita ciudad.


Nos costó, pero conseguimos comprar algo de pan y seguimos la ruta por la orilla del Loira hasta que paramos a comer en un pueblo cualquiera, sentados en un banco de piedra, disfrutando de las vistas del río mientras llenábamos los estómagos con comida fría. Al rato de estar allí, paró un coche cerca y se bajaron una pareja. Ella se nos acercó y nos preguntó que de donde éramos. Al decir que éramos españoles, empezó a hablar en un castellano básico y a contarnos que tenía familia en España y que le gustaba mucho.  Al rato de estar charlando, se dirige a su pareja le dice que lo que yo tenía en la mano era salchichón y que estaba riquísimo. A ninguno de nosotros le apetecía explicarle que lo que tenía en la mano en realidad era una tripa de chorizo, ni nos apetecía explicarle la diferencia entre una churra y una merina, así que lo dejamos pasar entre risas y miradas de "no tiene ni puta idea". Cuando dio la conversación por terminada se volvieron a montar en el coche y siguieron por la carretera, lo que nos hacía pensar - ¿A que carajo han parado? ¡Si sólo han hablado con nosotros y se han ido!

Cuando terminamos de comer, volvimos al coche y seguimos hacia el Château de Chenonceau. En este sí que estábamos de acuerdo (o casi) que no era un castillo. ¡Era un castillo-puente! O sea, no es que tuviese un puente que comunica con el otro lado del Loira. Es que el castillo es el puente.


Al terminar la visita al castillo, ya que este sí que estaba abierto, estaba anocheciendo. Así que decidimos ir directos para Burdeos, donde debíamos dormir aquella noche, suspendiendo unas cuantas visitas más que teníamos planeadas para esa tarde que ya estaba acabando.

Ya en Burdeos, aparcamos cerca de la estación de tren ya que el hotel estaba por la zona. Se supone que estaba en una calle al lado de la estación, pero no éramos capaces de encontrarlo. De hecho, lo que no éramos capaces de encontrar era la calle del hotel. No parábamos de andar arriba y abajo con cara de tontos y con los macutos a cuestas sin encontrar la calle. Lo que no tenía lógica era ni siquiera la cartografía del GPS coincidiese con las calles en las que estábamos. Al final fuimos capaces de encontrar el hotel, sin encontrar la calle, porque vimos el cartel del hotel que coincidía con el nombre que nosotros teníamos apuntado. Y es que la zona estaba en obras y la calle era una especie de prolongación de otra, pero desde un punto arbitrario, y no desde un cruce, como suele ser.

Total, cuando conseguimos dejar las cosas en el hotel y darnos una ducha salimos a patear un poco la ciudad, por muy de noche que fuese. Edu prefirió quedarse en el hotel, relajado y descansar para el viaje final de vuelta que haríamos al día siguiente. Mientras nos íbamos turnando para ducharnos, íbamos viendo la tele a ratos. Y de pronto encontramos un resumen de lo que había sido el recibimiento del año nuevo en las capitales europeas: Madrid, Atenas, Londres, Roma, Bruselas... y pensamos - A ver cuando sale París, y vemos que fue lo que nos perdimos. Porque seguro que se celebraba en otro sitio y no nos dimos cuenta - Y entonces salió París y apareció justo lo que nosotros estuvimos viendo: la Torre Eiffel con sus luces normales y corrientes que se encienden a cada hora, cada día del año. En fin, al menos nos quitamos de encima la sensación de que nos habíamos la verdadera fiesta.

Después de la ducha, Jose y yo salimos a recorrer Burdeos, que por un lado nos pareció precioso, pero recorrerla de noche no nos terminó de dar buena espina, la verdad. Nos ocurrían cosas bastante surrealistas con la gente que nos íbamos cruzando, pero bueno, prefiero quedarme con lo bonita que era la ciudad, el río, sus puentes, su tranvía, sus plazas...


Y ya cerca de las 0:30, habiendo pateado bastante y charlado más aún volvimos al hotel a dormir. Al día siguiente haríamos el último y más largo de los tramos del viaje. La vuelta a casa.

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