De Ruta por Escocia (Día 27 de Marzo)
Como siempre, empiezan a sonar uno a uno todos los despertadores para que nos levantemos a recorrer carretera en nuestro penúltimo día en Escocia. Mientras los demás nos desperezamos, levantamos y vestimos, Edu sale a la calle a fumarse un pitillo. Y de pronto se asoma a la ventana de la habitación y se pone a hacer el tonto con un balón de rugby que encontró por ahí. Todo con un frío que pela en la calle y lloviznando, pero cuando hay que hacer el tonto... no importan las condiciones meteorológicas.
Nos ponemos a recoger la habitación, y a quitar las sábanas por hacerle el favor a la dueña del albergue, que la pobre mujer está con una pierna escayolada y bastante fatigada se le ve sólo con recorrer el albergue de un lado a otro. Pero como las sábanas son con el aspecto del tartán de las faldas escocesas, Edu se lía una a la cintura y al hombro, y sale a dar un paseo vestido de escocés, pintándola, como siempre. Y por supuesto, conmigo detrás grabando con el móvil el paseo y la cara de incredulidad de los demás huéspedes que estaban desayunando en ese momento.
Una vez hecho suficientemente el tonto, y después de habernos despedido de la amable familia que nos alojaba, volvemos al coche como tantas veces y salimos en dirección Armadale, desde donde queremos coger un ferry que nos dejaría en Mallaig. Digo “dejaría” porque a mitad de camino, después de coger el desvío hacia Armadale, encontramos un cartel que indica que ese día no había ferry. Así que damos la vuelta al coche y volvemos a la carretera por la que llegamos el día anterior a la isla. Volvemos a pasar por Skye Bridge y por delante del Eilean Donan Castle, deshaciendo el camino que fuimos haciendo la tarde anterior, hasta que al llegar al cruce en Loch Lochy, pero esta vez tomamos dirección al sur, hasta llegar a Fort William y desde ahí hacia el oeste hasta que llegamos al Glenfinnan Monument.
El Glenfinnan Monument es un monumento que marca el lugar donde el Príncipe Eduardo Estuardo alzó el estandarte de su padre, en un intento de recuperar el trono que perdieron años atrás. Cerca de este monumento está el Glenfinnan Viaduct, que es un precioso puente de 21 arcos por el que pasan las vías del tren y fue usado en el rodaje de “Harry Potter y la Cámara de los Secretos”. Desde el aparcamiento del Glenfinnan Monument hay unas buenas vistas del viaducto, aunque también hay un sendero para el que se quiera acercar a verlo desde otro punto más elevado y con mejores vistas. Cuando nos fuimos, paramos a comer en Fort William un clásico fish&chips y ya con el estómago lleno nos dirigimos directos a cruzar el Glen Coe.
El Glen Coe es un precioso grupo montañoso recorrido por la carretera que comunica Fort William con Glasgow. El paisaje es indescriptible. Los colores en las montañas son intensos hasta decir basta: el verde de la vegetación, el azul del cielo y los pequeños lagos, el blanco de los picos nevados, incluso el gris de las nubes descargando agua y por supuesto los arcoiris que aparecían y desaparecían constantemente con la lluvia y el sol. Tal es la cosa, que recorriendo la A-82 que atraviesa la zona, llegó un momento en el que perdimos la cuenta de las veces que paramos el coche en el arcén para bajarnos a hacer fotos del paisaje. Cuando salimos del Glen Coe, fuimos directos a Stirling, donde nos alojábamos esa noche.
Por primera (y última) vez llegamos al albergue de día. Este era el último albergue en el que nos alojábamos y nos costó un poco llegar a pesar de que era facilísimo encontrarlo. El albergue era un bonito edificio cerca del castillo, con un amplio aparcamiento propio en la entrada. Al menos, yo, cuando llegué y vi el edificio no me podía creer que nos alojásemos allí, tanto por la zona, como por el genial aspecto del edificio, como por las 15 libras que costaba pasar la noche. Como siempre, nos ubicaron en una habitación para nosotros solos, en la primera planta, y cuya ventana daba a la parte delantera del edificio. Después de dejar las maletas, y dando tiempo a que se fuesen duchando algunos, Huete y yo salimos a echar unas partidas de billar en la sala común. La habitación tenia la peculiaridad de mantener por separado la ducha del inodoro. Cosa bastante agradecida si se quiere entrar al baño mientras hay alguien en la ducha. Eso sí, a la ducha sólo la separaba de la habitación un par de cortinas de ducha, con un pequeño espacio entre ellas para cambiarte sin mojar la ropa.
Una vez duchados, vestidos y bien aseados, salimos a quemar nuestra última noche en Escocia. Buscamos un lugar donde comer, tratando de evitar los omnipresentes McDonalds, y acabamos entrando en un local italiano donde nos hinchamos de pasta e hicimos buenas migas con los camareros. Después entramos a un pub a tomar unas pintas de cerveza, de sidra o una cocacola para los menos atrevidos. Eso sí, decidimos pedir al menos unos chupitos de whisky escocés, para brindar por el viajazo que nos habíamos metido entre pecho y espalda. Pero con los chupitos siempre nos pasa lo mismo, que cuando abrimos la veda, ya no hay quien nos pare. Las niñas del grupo se retiraron pronto de la ingesta de whisky escocés, así que sólo quedamos los otros cuatro chavales bebiendo chupitos. Yo fui el primero que se quiso retirar, pero Carlos dijo claramente, que o bebíamos los cuatro, o no bebía ninguno. Que, para nuestras risas, rápidamente Huete tradujo a la camarera como: “Four shots or nothing!”. Además cada vez que nos quitaban vasos vacíos de la mesa, o nos servían otros llenos, contestábamos con nuestro habitual cachondeo: “Very thank you!”, ante la atónita mirada de las camareras.
Cuando saldamos la cuenta, y dispusimos a salir a la calle para volver al albergue, nos encontramos a los camareros del restaurante italiano que estaban tomándose unas cervezas en el mismo pub que nosotros. Hablamos con ellos un poquito y uno de ellos, al presentarnos a otro compañero suyo, se refirió a nosotros como mejicanos aunque se dio cuenta del error y corrigió rápidamente para decir que éramos españoles.
Ya por la calle, unos más contentillos que otros, acabamos uno tirado en el suelo, rodando cuesta arriba, otros tarareando la música de “El Hombre y la Tierra” mientras Carlos perseguía a Marisa y otro cantando el himno de la Guardia Civil a pleno pulmón para terminar con un enérgico: “¡Viva la Republica!”. Total, un verdadero desastre, hasta que llegamos entre risas a la habitación del albergue a descansar. Cuando ya estamos todos acostados y dormidos, o casi, de pronto escucho a Edu que se levanta para ir al baño. Le pido la botella de agua, pero me ignora y sigue su camino. Entra en el baño, cerrando la puerta tras de si, y escuchamos como levanta la tapa del inodoro y empieza a vomitar todo el alcohol ingerido esa noche. Nos mantenemos despiertos, aunque nadie se decide a levantarse a comprobar como estaba. Y cuando Edu sale del baño, interesándome por su bienestar, se me ocurre preguntarle: “¿Mejor mucho?”. Pregunta que vuelve a ignorar, pero a la que Marisa responde a carcajada limpia.
Y así, esa noche entre risas, frases incoherentes y demás poco a poco fuimos cayendo todos rendidos por el sueño.
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Nos ponemos a recoger la habitación, y a quitar las sábanas por hacerle el favor a la dueña del albergue, que la pobre mujer está con una pierna escayolada y bastante fatigada se le ve sólo con recorrer el albergue de un lado a otro. Pero como las sábanas son con el aspecto del tartán de las faldas escocesas, Edu se lía una a la cintura y al hombro, y sale a dar un paseo vestido de escocés, pintándola, como siempre. Y por supuesto, conmigo detrás grabando con el móvil el paseo y la cara de incredulidad de los demás huéspedes que estaban desayunando en ese momento.
Una vez hecho suficientemente el tonto, y después de habernos despedido de la amable familia que nos alojaba, volvemos al coche como tantas veces y salimos en dirección Armadale, desde donde queremos coger un ferry que nos dejaría en Mallaig. Digo “dejaría” porque a mitad de camino, después de coger el desvío hacia Armadale, encontramos un cartel que indica que ese día no había ferry. Así que damos la vuelta al coche y volvemos a la carretera por la que llegamos el día anterior a la isla. Volvemos a pasar por Skye Bridge y por delante del Eilean Donan Castle, deshaciendo el camino que fuimos haciendo la tarde anterior, hasta que al llegar al cruce en Loch Lochy, pero esta vez tomamos dirección al sur, hasta llegar a Fort William y desde ahí hacia el oeste hasta que llegamos al Glenfinnan Monument.
El Glenfinnan Monument es un monumento que marca el lugar donde el Príncipe Eduardo Estuardo alzó el estandarte de su padre, en un intento de recuperar el trono que perdieron años atrás. Cerca de este monumento está el Glenfinnan Viaduct, que es un precioso puente de 21 arcos por el que pasan las vías del tren y fue usado en el rodaje de “Harry Potter y la Cámara de los Secretos”. Desde el aparcamiento del Glenfinnan Monument hay unas buenas vistas del viaducto, aunque también hay un sendero para el que se quiera acercar a verlo desde otro punto más elevado y con mejores vistas. Cuando nos fuimos, paramos a comer en Fort William un clásico fish&chips y ya con el estómago lleno nos dirigimos directos a cruzar el Glen Coe.
El Glen Coe es un precioso grupo montañoso recorrido por la carretera que comunica Fort William con Glasgow. El paisaje es indescriptible. Los colores en las montañas son intensos hasta decir basta: el verde de la vegetación, el azul del cielo y los pequeños lagos, el blanco de los picos nevados, incluso el gris de las nubes descargando agua y por supuesto los arcoiris que aparecían y desaparecían constantemente con la lluvia y el sol. Tal es la cosa, que recorriendo la A-82 que atraviesa la zona, llegó un momento en el que perdimos la cuenta de las veces que paramos el coche en el arcén para bajarnos a hacer fotos del paisaje. Cuando salimos del Glen Coe, fuimos directos a Stirling, donde nos alojábamos esa noche.
Por primera (y última) vez llegamos al albergue de día. Este era el último albergue en el que nos alojábamos y nos costó un poco llegar a pesar de que era facilísimo encontrarlo. El albergue era un bonito edificio cerca del castillo, con un amplio aparcamiento propio en la entrada. Al menos, yo, cuando llegué y vi el edificio no me podía creer que nos alojásemos allí, tanto por la zona, como por el genial aspecto del edificio, como por las 15 libras que costaba pasar la noche. Como siempre, nos ubicaron en una habitación para nosotros solos, en la primera planta, y cuya ventana daba a la parte delantera del edificio. Después de dejar las maletas, y dando tiempo a que se fuesen duchando algunos, Huete y yo salimos a echar unas partidas de billar en la sala común. La habitación tenia la peculiaridad de mantener por separado la ducha del inodoro. Cosa bastante agradecida si se quiere entrar al baño mientras hay alguien en la ducha. Eso sí, a la ducha sólo la separaba de la habitación un par de cortinas de ducha, con un pequeño espacio entre ellas para cambiarte sin mojar la ropa.
Una vez duchados, vestidos y bien aseados, salimos a quemar nuestra última noche en Escocia. Buscamos un lugar donde comer, tratando de evitar los omnipresentes McDonalds, y acabamos entrando en un local italiano donde nos hinchamos de pasta e hicimos buenas migas con los camareros. Después entramos a un pub a tomar unas pintas de cerveza, de sidra o una cocacola para los menos atrevidos. Eso sí, decidimos pedir al menos unos chupitos de whisky escocés, para brindar por el viajazo que nos habíamos metido entre pecho y espalda. Pero con los chupitos siempre nos pasa lo mismo, que cuando abrimos la veda, ya no hay quien nos pare. Las niñas del grupo se retiraron pronto de la ingesta de whisky escocés, así que sólo quedamos los otros cuatro chavales bebiendo chupitos. Yo fui el primero que se quiso retirar, pero Carlos dijo claramente, que o bebíamos los cuatro, o no bebía ninguno. Que, para nuestras risas, rápidamente Huete tradujo a la camarera como: “Four shots or nothing!”. Además cada vez que nos quitaban vasos vacíos de la mesa, o nos servían otros llenos, contestábamos con nuestro habitual cachondeo: “Very thank you!”, ante la atónita mirada de las camareras.
Cuando saldamos la cuenta, y dispusimos a salir a la calle para volver al albergue, nos encontramos a los camareros del restaurante italiano que estaban tomándose unas cervezas en el mismo pub que nosotros. Hablamos con ellos un poquito y uno de ellos, al presentarnos a otro compañero suyo, se refirió a nosotros como mejicanos aunque se dio cuenta del error y corrigió rápidamente para decir que éramos españoles.
Ya por la calle, unos más contentillos que otros, acabamos uno tirado en el suelo, rodando cuesta arriba, otros tarareando la música de “El Hombre y la Tierra” mientras Carlos perseguía a Marisa y otro cantando el himno de la Guardia Civil a pleno pulmón para terminar con un enérgico: “¡Viva la Republica!”. Total, un verdadero desastre, hasta que llegamos entre risas a la habitación del albergue a descansar. Cuando ya estamos todos acostados y dormidos, o casi, de pronto escucho a Edu que se levanta para ir al baño. Le pido la botella de agua, pero me ignora y sigue su camino. Entra en el baño, cerrando la puerta tras de si, y escuchamos como levanta la tapa del inodoro y empieza a vomitar todo el alcohol ingerido esa noche. Nos mantenemos despiertos, aunque nadie se decide a levantarse a comprobar como estaba. Y cuando Edu sale del baño, interesándome por su bienestar, se me ocurre preguntarle: “¿Mejor mucho?”. Pregunta que vuelve a ignorar, pero a la que Marisa responde a carcajada limpia.
Y así, esa noche entre risas, frases incoherentes y demás poco a poco fuimos cayendo todos rendidos por el sueño.
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1 comentarios:
Ahí va una frase muy escocesa para decir en pubs al pedir la cuenta:
"What's the damage?"
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