martes, 6 de octubre de 2009

De Ruta por Escocia (28 de Marzo)

Esta mañana todos estamos de otro humor, para unos era la resaca y para otros el ser consciente de que éste es nuestro último día en tierras escocesas. Al salir a la calle, buscamos una cafetería donde conseguir unos cafés para llevar y algo para echarse a la boca, como por ejemplo un muffin o algo así. Encontramos una cafetería y mientras nos preparan los cafés no paro de dar vueltas por el local, mirando las fotografías en blanco y negro de famosos que tienen decorando el local.

Ya con nuestros cafés demasiado calientes en las manos nos dirigimos al castillo de Stirling. Nos habían advertido que no era gran cosa, que merecía mucho más la pena el monumento a William Wallace, pero aún así decidimos entrar a visitarlo.



A punto de entrar en el castillo, recordamos la clásica escena de “Los Caballeros de la Mesa Cuadrada” en la que Sir Lancelot asalta un castillo donde está a punto de celebrarse una boda. Así que cuando llegamos a las puertas del castillo, nos pusimos a escenificarla haciendo Edu el papel de Sir Lancelot, Huete en el papel del guardia nº1 y yo haciendo de guardia nº2. Nos reímos un rato grabando ante la mirada estupefacta del personal del castillo, y una vez dados por satisfechos con la toma, entramos a verlo.



Llevaba razón aquella señora, no me parece que merezca especialmente la pena ver el castillo por dentro. Nosotros entramos utilizando el Explorer Pass que compramos el segundo día en Edimburgo, así que como no nos costó nada entrar, pues no nos arrepentimos tampoco de haber entrado. Había pocos edificios, o habitaciones abiertos al público y lo poco que podías ver no era nada del otro mundo. Así que después de dar una vuelta más o menos rápida volvimos a por el coche, para ir al monumento a William Wallace.



Al coger el coche, que habíamos dejado aún en el parking del albergue, quisimos que Marisa condujese un poco con el volante a la izquierda, con la suerte, que se acercó tanto al bordillo que acabó rozando la llanta contra él, dejándo un arañazo en ésta. Cambiamos de conductor otra vez más y ya nos dirigimos, dando una vuelta por la ciudad, al monumento a William Wallace.

Una vez allí, y viendo donde había que aparcar el coche, la subida que había hasta el monumento y el precio que tenía la entrada, se quedaron en el coche Carlos, Marisa y Maite, dejando que subiésemos solamente Edu, Huete y yo. Cuando llegamos a la entrada, una señora muy simpática nos atendió y nos dio un auricular gigante a cada uno que nos iba contando la historia de Wallace, de sus batallas y de su espada, además de la historia de otros escoceses famosos como Sir Walter Scott, el Dr. Livinston, etc.

El Wallace Monument es una torre gigante, que se alza en la cima de una colina, desde donde hay unas espléndidas vistas de Stirling. Dentro de esta torre, subiendo por unas empinadas escaleras de caracol, hay varias habitaciones donde puedes ver representada la vida de William Wallace, y puedes admirar la gigante espada que usaba este hombre. Los días en los que hace buen tiempo, se puede acceder también a la parte superior de la torre para tener unas inigualables vistas de la ciudad. Como el día que fuimos nosotros hacía demasiado viento, el acceso a la parte superior de la torre estaba cerrado. Así que nos conformamos con la visita a las demás salas que había abiertas, con nuestro auricular, escuchando la historia del que probablemente sea el personaje escocés más famoso.





Al salir del Wallace Monument, encontramos a un señor vestido con ropas medievales, contando la historia de la batalla de Stirling a otros turistas que estaban allí parados, igual que nosotros. Estuvimos un rato escuchando la historia que ya sabíamos o habíamos escuchando hacía escasos minutos, pero es que este hombre la contaba de una forma especial, que te mantenía allí de pie, casi hipnotizad, imaginando perfectamente a uno y otro ejercito, midiéndose las fuerzas el uno a otro respectivamente desde la distancia, y preparando el ataque y la defensa de la ciudad. Cuando ya estuvimos un buen rato escuchando a este señor, decidimos bajar otra vez al coche, donde nos esperaban el resto del grupo, para ir al aeropuerto a coger nuestro avión de vuelta a España.

Antes de la llegada al aeropuerto de Prestwick, quisimos parar a ver Luss y Loch Lomond, pero como siempre, por falta de tiempo, y siendo un poco previsores, acabamos yendo directos al aeropuerto. Eso sí, haciendo una parada, ya cerca del aeropuerto, en una gasolinera para llenar el depósito, vaciar las vejigas y comprar algo de comida que echarnos a la boca.

Al llegar al aeropuerto, dejamos el coche casi donde mismo lo encontramos cuando nos dieron las llaves. Y pensando en que nos podrían decir algo por el rasponazo en la llanta, lo dejamos al lado de otro coche, y con las ruedas giradas para que se viese lo menos posible el arañazo. De todas formas no había nadie esperándonos para revisar el coche, al contrario que en el viaje que hicimos Carlos y yo a Irlanda, que no nos dio tiempo a sacar las maletas, cuando ya estaba un señor mirando y remirando todo, y apuntando los posibles desperfectos que le podíamos haber hecho al coche. Como digo, como aquí en Escocia nadie nos esperaba, cerramos el coche y fuimos directos al stand de Alamo, donde había un señor, al que simplemente le dejamos las llaves, nos dio las gracias, y nos sentamos a comer algo mientras esperábamos que apareciese en los monitores nuestra puerta de embarque.

Mientras dábamos cuenta de los batidos y comida que nos sobraba del viaje, coincidimos con otro grupo de españoles, que como nosotros, estaba esperando el avión y comiendo todo lo que sabían que no podrían subir al vuelo. Intercambiamos historias, vivencias, lugares visitados, y recomendaciones para futuros viajes de vuelta a Escocia, hasta que llegó el momento de pasar los controles de seguridad. Hicimos malabarismos intentando reducir todos los bultos que llevábamos (incluida mi mochila, y la de la cámara de fotos de Huete) y nos pusimos todas las capas de ropa posibles para que hubiese más sitio disponible en las maletas para el resto de las cosas y de los regalos que llevábamos a España.

Tuvimos que esperar un poco hasta que subimos al avión, donde todos o casi todos, como siempre, cayeron dormidos. Pero como a mi no me gusta quedarme dormido, por largo que sea el trayecto, en ningún medio de transporte (véase aviones, trenes, autobuses... ) pero estaba demasiado cansado para intentar leer algo, acabé dándole vueltas a la cabeza, pensando en mis cosas durante casi todo el trayecto, y en que sería de mi vida dentro de unos meses y donde me llevaría el futuro. Pensaba en donde sería el próximo viaje que hiciese. Y pensaba, como siempre, en las pocas ganas que tenía de volver a casa y sin embargo cuantas ganas tenía de dormir en mi cama.

Capítulo Anterior: De Ruta por Escocia (Día 27 de Marzo)

1 comentarios:

McManus McFry 28 de octubre de 2009, 23:29  

"Y pensaba, como siempre, en las pocas ganas que tenía de volver a casa y sin embargo cuantas ganas tenía de dormir en mi cama."

Jaja siempre tengo esa sensación cuando vuelvo de un viaje...las ganas de pillar la cama, de ver las fotos, de descansar, y las pocas de volver jeje. Muy bien expresado.