De Ruta por Escocia (Día 24 de Marzo)
Empiezan uno a uno a sonar los despertadores de los teléfonos móviles. Por cada despertador que apagamos hay otro que lo sustituye, cada teléfono con una canción o tono diferente, hasta que en uno de ellos suena el himno de la guardia civil. Todos nos echamos a reír preguntando quien tiene semejante burrada como tono de despertador. ¡Y como no, Huete tiene la culpa! ¡Maldito Huete con sus malditas oposiciones a guardia civil! Jejeje.
Cuando nos hemos despertado, despejado, aseado, vestido y hurtado la Blackberry a Maite... bajamos a por el desayuno. Nos tomamos un tazón de leche con cereales (o dos), un café, tostadas de pan de molde con mermelada y nos decidimos a probar lo que creo recordar que era crema de cacahuete, o algo así.
Poco después, con el estómago lleno y mas moral que el Alcoyano salimos a la calle y volvemos por enésima vez a la Royal Mile, esta vez para recorrerla en dirección este, para ver el Parlamento Escocés y Holyrood Palace. Por el camino, entre fotos y risas, la Blackberry que desapareció en la habitación del hotel sigue “sin aparecer”. Cada vez que su dueña nos preguntaba quién la tenía... la tenía una persona distinta. Cada vez que cacheaba a alguien, la Blackberry cambiaba de manos. Cada vez que se nos acercaba a alguno a preguntarnos, volvía a cambiar de manos. Como somos malvados, pero tenemos un límite... se la devolvimos para que pudiese mirar sus correos y sus cosas, obteniendo, a cambio, la promesa que no volvería a sacarla para usar el GPS. Promesa que por supuesto fue incumplida xD
Llegamos sin muchas problemas al Parlamento Escoces y a Holyrood Palace. Nos hicimos las fotos de rigor en un lado y otro y seguimos nuestra ruta, esta vez hacia el oeste, para recorrer la Old Town esta vez por Holyrood Rd. y Cowgate hasta Grassmarket. Luego subimos por Victoria St. y aparecimos delante de la Deacon Brodie’s Tavern. Cruzamos de Princes Street Gardens y volvimos hasta el Scott Monument, para verlo esta vez de día. Como íbamos un poco justos de tiempo, y el ticket del parking sólo era válido hasta las 11, dimos otra pequeña vuelta y acto seguido nos dirigimos hacia Charlotte Square, donde teníamos el coche.
Llegamos a Charlotte Square justamente por el lado opuesto de donde estaba el coche. Carlos ve a lo lejos a un policía haciendo la ronda, comprobando los tickets de aparcamiento, que va directo hacia nuestro coche. Yo salgo a la carrera pero veo que no me da tiempo a llegar antes que él a nuestro coche. Para cuando llego ya está apuntando la matrícula. Intento explicarle, otra vez haciendo uso de mi mal inglés, que voy a sacar un segundo ticket. El policía me ignora completamente, hasta que me responde con un escueto: “It’s too late”. Se me queda cara de tonto y en ese momento, un señor que había en un coche al lado me llama para que me acerque. En cuanto empieza a hablar conmigo el policía se acerca a nosotros y le pregunta a este buen hombre que si yo iba con él, a lo que obviamente responde que no, que no me conoce de nada y se vuelve a su coche. El policía se da por satisfecho y sigue su ronda con cara de pocos amigos. Una vez se ha alejado el policía, el señor del coche de al lado se me vuelve a acercar y me explica que la próxima vez no me pare a discutir con la policía, que me monte en el coche y me vaya, dejando al policía con la multa a medias sin intercambiar una sola palabra con él. Le agradezco el consejo y vuelve a su coche para marcharse. En fin, otro incidente más que sumar con la policía escocesa. Eso sí, este incidente consiguió ponerme de mala hostia para el resto de la mañana.
Nos subimos al coche y recorremos Edimburgo sin saber muy bien a donde vamos. Bueno, queríamos ir al albergue a por las maletas que habíamos dejado en la sala de equipaje, pero otra cosa es que supiésemos llegar. Estábamos relativamente cerca, pero el sentido del tráfico nos desviaba una y otra vez de forma que nunca conseguíamos llegar a donde queríamos. Sumado a la multa recién puesta, el tráfico infernal no ayuda precisamente a que se me pase el cabreo. Así que cuando se me cruzan los cables aparco en una calle cualquiera, en zona para residentes, y el resto del grupo se tuvo que acercar andando al albergue a por nuestras maletas. Mientras esperaba a que volviesen los amigos tuve que hacer tres veces el amago de irme para volver a aparcar porque no paraba de pasar un policía haciendo la ronda. Y no me apetecía precisamente llevarme otra multa.
Cuando por fin llegan los amigos arrastrando de las maletas, nos subimos todos de nuevo y salimos en dirección al castillo de Edimburgo. Sin pensar mucho dejamos el coche en un parking cercano. Sinceramente, no me apetecía ni dar más vueltas, ni llevarme más multas.
Para entrar al castillo de Edimburgo, compramos el Explorer Pass, o como más tarde sería denominado: “Passing López”. Esto es un bono que nos permitía entrar a varios castillos y palacios por un precio razonable. Así que entramos en el castillo, ya de mejor humor, y lo recorrimos entrando en distintas salas de exposiciones donde mostraban trajes y armas militares antiguas. También tuvimos la oportunidad de ver (y escuchar) el cañonazo de las una de la tarde. Esto es un disparo de cañón que hacen desde el castillo a las una de la tarde todos los días, que antiguamente servía para que la gente supiese la hora que es. ¡Están locos estos Escoceses!
Poco después volvimos al coche para abandonar Edimburgo con la sensación de que deberíamos volver en otra ocasión para verlo con más detalle, ya que esta vez lo habíamos visto muy de pasada y sin demasiado orden. Sobre las dos de la tarde y con más hambre que el perro de un ciego llegamos a Linlithgow Palace en cuyos alrededores correteamos y nos revolcamos por la hierba, y se hicieron grandes placajes sólo por diversión. Haciendo otra vez uso del Explorer Pass, recorrimos el palacio de arriba a abajo, sala por sala, escalera por escalera, ya que teníamos libertad total para recorrerlo. ¡Si está en ruinas, más no lo vas a romper! ¿no?
Una vez más de vuelta al coche, y acumulando cada vez más hambre, pasamos por Queensferry viendo el curioso puente ferroviario que une South Queensferry con North Queensferry, hasta que llegamos a Dunfermline. Aquí buscamos algún sitio donde comer, ya llevábamos con hambre desde hacía más de dos horas. Cuatro de los integrantes comieron en un McDonalds que Maite y yo nos negamos a pisar. Así que nosotros dos acabamos zampando unos sandwichs en un local cualquiera de un centro comercial al lado del McDonalds donde estaba comiendo el resto de la gente.
Cuando salimos de Dunfermline fuimos a Loch Leven Castle. Un castillo en mitad de un lago, donde fue recluida María Estuardo por su prima la Reina Elizabeth. Allí con más frío que vergüenza, hicimos unas tristes fotos al castillo que se veía en la lejanía y nos volvimos al coche rápidamente a seguir la ruta. Eso sí, Edu vio un pato que estaba con la cabeza sumergida en el agua y por un segundo, le dio la impresión de que no tenía cabeza, así que ni corto ni perezoso, me dice mientras lo señala: “¡Mira, un pollo sin cabeza! ¡Es Sleepy Pollo!”. Así por el camino al coche fuimos riéndonos a carcajadas de semejante absurdez, que aún hoy sacamos a relucir de vez en cuando.
Llegamos a St. Andrews ya anocheciendo. Dejamos el coche en North St. y fuimos andando hasta las ruinas de la antigua catedral, pasando por al lado de la universidad. Las ruinas de la catedral son muy bonitas, pero llegamos lo suficientemente tarde como para que estuviese cerrado al público, así que las vimos desde fuera, tan contentos. ¡Sobre todo contentos por la entrada que nos acabábamos de ahorrar! Todos instalamos nuestras cámaras para hacer unas fotos al complejo en ruinas con poca iluminación que ofrecía el anochecer y la débil luz farolas. Luego andamos un poco hasta el castillo, al que ya no conseguíamos hacerle una foto medianamente decente. Poco después volvimos al coche y nos salimos en dirección hacia Dundee, donde dormiríamos esa noche.
La llegada a Dundee fue bastante sencilla, lo complicado fue encontrar el albergue. El albergue está en High St. y Dundee tiene la peculiaridad de tener dos calles con ese nombre. Para no liarnos mucho, activamos el GPS de la Blackberry sustraída esa misma mañana y seguimos las indicaciones hasta que acabamos en una especie de polígono a las afueras de la ciudad. Yo que había hecho la reserva del albergue y me había molestado en mirar desde casa donde se encontraban todos los albergues en los que nos alojábamos, sabía que no era aquella calle. Pero claro, ya dudas, y no sabes si el que está equivocado eres tú o la Blackberry. Porque aquella calle efectivamente se llamaba High St. Después de dar vueltas por una calle de mala muerte desierta, Carlos y Maite le preguntaron a un lugareño, enfrentándose una vez más a ese característico acento Scottish. Cuando consiguen entender las indicaciones, comprenden que el albergue está en otra High St. situada en el centro de la ciudad. Así que volvemos al coche y seguimos los carteles hacia el centro de la ciudad. Una vez que estuvimos cerca, yo empecé a reconocer las calles, porque en casa, la semana de antes, me había dedicado a recorrer las ciudades y las cercanías de los albergues con Google Street View. Así que por fin llegamos al albergue sanos, salvos y a las tantas de la noche.
En el albergue nos encontramos que el chico que había en recepción hablaba en castellano. Que la habitación era genial, grande, limpia y con un estupendo baño propio. El albergue tenía su sala de billar por si queríamos jugar (y de hecho jugamos). Así que nos dimos una ducha, cenamos y jugamos unas partidillas de billar antes de irnos a la cama a descansar, por fin.
En definitiva el día fue menos productivo de lo que esperábamos pero, eso sí, lo pasamos genial como siempre.
Capítulo Anterior: De Ruta por Escocia (Día 23 de Marzo)
Capítulo Siguiente: De Ruta por Escocia (Día 25 de Marzo)
Cuando nos hemos despertado, despejado, aseado, vestido y hurtado la Blackberry a Maite... bajamos a por el desayuno. Nos tomamos un tazón de leche con cereales (o dos), un café, tostadas de pan de molde con mermelada y nos decidimos a probar lo que creo recordar que era crema de cacahuete, o algo así.
Poco después, con el estómago lleno y mas moral que el Alcoyano salimos a la calle y volvemos por enésima vez a la Royal Mile, esta vez para recorrerla en dirección este, para ver el Parlamento Escocés y Holyrood Palace. Por el camino, entre fotos y risas, la Blackberry que desapareció en la habitación del hotel sigue “sin aparecer”. Cada vez que su dueña nos preguntaba quién la tenía... la tenía una persona distinta. Cada vez que cacheaba a alguien, la Blackberry cambiaba de manos. Cada vez que se nos acercaba a alguno a preguntarnos, volvía a cambiar de manos. Como somos malvados, pero tenemos un límite... se la devolvimos para que pudiese mirar sus correos y sus cosas, obteniendo, a cambio, la promesa que no volvería a sacarla para usar el GPS. Promesa que por supuesto fue incumplida xD
Llegamos sin muchas problemas al Parlamento Escoces y a Holyrood Palace. Nos hicimos las fotos de rigor en un lado y otro y seguimos nuestra ruta, esta vez hacia el oeste, para recorrer la Old Town esta vez por Holyrood Rd. y Cowgate hasta Grassmarket. Luego subimos por Victoria St. y aparecimos delante de la Deacon Brodie’s Tavern. Cruzamos de Princes Street Gardens y volvimos hasta el Scott Monument, para verlo esta vez de día. Como íbamos un poco justos de tiempo, y el ticket del parking sólo era válido hasta las 11, dimos otra pequeña vuelta y acto seguido nos dirigimos hacia Charlotte Square, donde teníamos el coche.
Llegamos a Charlotte Square justamente por el lado opuesto de donde estaba el coche. Carlos ve a lo lejos a un policía haciendo la ronda, comprobando los tickets de aparcamiento, que va directo hacia nuestro coche. Yo salgo a la carrera pero veo que no me da tiempo a llegar antes que él a nuestro coche. Para cuando llego ya está apuntando la matrícula. Intento explicarle, otra vez haciendo uso de mi mal inglés, que voy a sacar un segundo ticket. El policía me ignora completamente, hasta que me responde con un escueto: “It’s too late”. Se me queda cara de tonto y en ese momento, un señor que había en un coche al lado me llama para que me acerque. En cuanto empieza a hablar conmigo el policía se acerca a nosotros y le pregunta a este buen hombre que si yo iba con él, a lo que obviamente responde que no, que no me conoce de nada y se vuelve a su coche. El policía se da por satisfecho y sigue su ronda con cara de pocos amigos. Una vez se ha alejado el policía, el señor del coche de al lado se me vuelve a acercar y me explica que la próxima vez no me pare a discutir con la policía, que me monte en el coche y me vaya, dejando al policía con la multa a medias sin intercambiar una sola palabra con él. Le agradezco el consejo y vuelve a su coche para marcharse. En fin, otro incidente más que sumar con la policía escocesa. Eso sí, este incidente consiguió ponerme de mala hostia para el resto de la mañana.
Nos subimos al coche y recorremos Edimburgo sin saber muy bien a donde vamos. Bueno, queríamos ir al albergue a por las maletas que habíamos dejado en la sala de equipaje, pero otra cosa es que supiésemos llegar. Estábamos relativamente cerca, pero el sentido del tráfico nos desviaba una y otra vez de forma que nunca conseguíamos llegar a donde queríamos. Sumado a la multa recién puesta, el tráfico infernal no ayuda precisamente a que se me pase el cabreo. Así que cuando se me cruzan los cables aparco en una calle cualquiera, en zona para residentes, y el resto del grupo se tuvo que acercar andando al albergue a por nuestras maletas. Mientras esperaba a que volviesen los amigos tuve que hacer tres veces el amago de irme para volver a aparcar porque no paraba de pasar un policía haciendo la ronda. Y no me apetecía precisamente llevarme otra multa.
Cuando por fin llegan los amigos arrastrando de las maletas, nos subimos todos de nuevo y salimos en dirección al castillo de Edimburgo. Sin pensar mucho dejamos el coche en un parking cercano. Sinceramente, no me apetecía ni dar más vueltas, ni llevarme más multas.
Para entrar al castillo de Edimburgo, compramos el Explorer Pass, o como más tarde sería denominado: “Passing López”. Esto es un bono que nos permitía entrar a varios castillos y palacios por un precio razonable. Así que entramos en el castillo, ya de mejor humor, y lo recorrimos entrando en distintas salas de exposiciones donde mostraban trajes y armas militares antiguas. También tuvimos la oportunidad de ver (y escuchar) el cañonazo de las una de la tarde. Esto es un disparo de cañón que hacen desde el castillo a las una de la tarde todos los días, que antiguamente servía para que la gente supiese la hora que es. ¡Están locos estos Escoceses!
Poco después volvimos al coche para abandonar Edimburgo con la sensación de que deberíamos volver en otra ocasión para verlo con más detalle, ya que esta vez lo habíamos visto muy de pasada y sin demasiado orden. Sobre las dos de la tarde y con más hambre que el perro de un ciego llegamos a Linlithgow Palace en cuyos alrededores correteamos y nos revolcamos por la hierba, y se hicieron grandes placajes sólo por diversión. Haciendo otra vez uso del Explorer Pass, recorrimos el palacio de arriba a abajo, sala por sala, escalera por escalera, ya que teníamos libertad total para recorrerlo. ¡Si está en ruinas, más no lo vas a romper! ¿no?
Una vez más de vuelta al coche, y acumulando cada vez más hambre, pasamos por Queensferry viendo el curioso puente ferroviario que une South Queensferry con North Queensferry, hasta que llegamos a Dunfermline. Aquí buscamos algún sitio donde comer, ya llevábamos con hambre desde hacía más de dos horas. Cuatro de los integrantes comieron en un McDonalds que Maite y yo nos negamos a pisar. Así que nosotros dos acabamos zampando unos sandwichs en un local cualquiera de un centro comercial al lado del McDonalds donde estaba comiendo el resto de la gente.
Cuando salimos de Dunfermline fuimos a Loch Leven Castle. Un castillo en mitad de un lago, donde fue recluida María Estuardo por su prima la Reina Elizabeth. Allí con más frío que vergüenza, hicimos unas tristes fotos al castillo que se veía en la lejanía y nos volvimos al coche rápidamente a seguir la ruta. Eso sí, Edu vio un pato que estaba con la cabeza sumergida en el agua y por un segundo, le dio la impresión de que no tenía cabeza, así que ni corto ni perezoso, me dice mientras lo señala: “¡Mira, un pollo sin cabeza! ¡Es Sleepy Pollo!”. Así por el camino al coche fuimos riéndonos a carcajadas de semejante absurdez, que aún hoy sacamos a relucir de vez en cuando.
Llegamos a St. Andrews ya anocheciendo. Dejamos el coche en North St. y fuimos andando hasta las ruinas de la antigua catedral, pasando por al lado de la universidad. Las ruinas de la catedral son muy bonitas, pero llegamos lo suficientemente tarde como para que estuviese cerrado al público, así que las vimos desde fuera, tan contentos. ¡Sobre todo contentos por la entrada que nos acabábamos de ahorrar! Todos instalamos nuestras cámaras para hacer unas fotos al complejo en ruinas con poca iluminación que ofrecía el anochecer y la débil luz farolas. Luego andamos un poco hasta el castillo, al que ya no conseguíamos hacerle una foto medianamente decente. Poco después volvimos al coche y nos salimos en dirección hacia Dundee, donde dormiríamos esa noche.
La llegada a Dundee fue bastante sencilla, lo complicado fue encontrar el albergue. El albergue está en High St. y Dundee tiene la peculiaridad de tener dos calles con ese nombre. Para no liarnos mucho, activamos el GPS de la Blackberry sustraída esa misma mañana y seguimos las indicaciones hasta que acabamos en una especie de polígono a las afueras de la ciudad. Yo que había hecho la reserva del albergue y me había molestado en mirar desde casa donde se encontraban todos los albergues en los que nos alojábamos, sabía que no era aquella calle. Pero claro, ya dudas, y no sabes si el que está equivocado eres tú o la Blackberry. Porque aquella calle efectivamente se llamaba High St. Después de dar vueltas por una calle de mala muerte desierta, Carlos y Maite le preguntaron a un lugareño, enfrentándose una vez más a ese característico acento Scottish. Cuando consiguen entender las indicaciones, comprenden que el albergue está en otra High St. situada en el centro de la ciudad. Así que volvemos al coche y seguimos los carteles hacia el centro de la ciudad. Una vez que estuvimos cerca, yo empecé a reconocer las calles, porque en casa, la semana de antes, me había dedicado a recorrer las ciudades y las cercanías de los albergues con Google Street View. Así que por fin llegamos al albergue sanos, salvos y a las tantas de la noche.
En el albergue nos encontramos que el chico que había en recepción hablaba en castellano. Que la habitación era genial, grande, limpia y con un estupendo baño propio. El albergue tenía su sala de billar por si queríamos jugar (y de hecho jugamos). Así que nos dimos una ducha, cenamos y jugamos unas partidillas de billar antes de irnos a la cama a descansar, por fin.
En definitiva el día fue menos productivo de lo que esperábamos pero, eso sí, lo pasamos genial como siempre.
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