Diario de un peregrino (dia 1)
Fue mi padre y no otra persona quien me llevó a la estación. Tal vez podía haber ido por mi propio pie, tal vez me pudo llevar otra persona, pero la relación con mi padre siempre era fría, guardándonos rencor el uno a otro por cosas de la vida que no salían del todo como quisiéramos, y aquella era la manera en que nos mostrábamos nuestro aprecio, un mismo pensamiento en la cabeza, un mismo silencio que lo decía todo. Llegué a la estación y cogí la mochila, miré a mi padre a los ojos y éste me abrazó, luego me miró sonriendo y casi derramando una lágrima me dijo "sé que no lo haces por huir de algo, sé que lo haces para enfrentarte a algo", y allí comenzó mi viaje en soledad.
Dejé mi mochila en el compartimento superior del tren, el trayecto hasta madrid era largo, aburrido y conocido, y no podía evitar pensar más que en mis temores de estar cometiendo una locura que nada tenía que ver conmigo, pensaba en lo que dejaba atrás y en lo grande que me parecía entonces aquella aventura, quizás demasiado para mí solo. Llegué a Atocha, y pronto cogí un cercanías hacia Chamartín, me comí uno de los dos bocadillos que llevaba preparados de casa y decidí hacer algo de tiempo hasta que saliera mi próximo tren, así que salí un poco a la calle a dar una vuelta, intentando no perder la orientación para poder volver con facilidad. Junto a las torres Kio recibí una llamada de mi amigo David, nos reímos juntos de lo irónico que resultaba que él hubiera bajado a Jaén y yo justo estuviera en su ciudad, me deseó buen viaje y yo le prometí una cerveza a mi regreso.
Ya era hora de coger el próximo tren, esta vez con destino a Gijón. Tras pasar un puesto de seguridad donde pensé que me retirarían el bordón entré en aquel tren que nada tenía que ver con la chatarra en la que había viajado antes. Espacio, ¡bendito espacio para mis piernas! ¡incluso era cómodo! No me lo podía creer. Una vez en marcha el tren me dediqué a observar aquel paisaje desconocido para mí. Pronto entramos en un túnel, y al salir el paisaje mostraba unas enormes montañas en el horizonte, en cuyas entrañas no tardamos en entrar. Casi media hora de túnel después a una velocidad media de 200 km/h salimos y justo las montañas quedaron en el horizonte esta vez a mi espalda, lo cual me sorprendió bastante, y me di cuenta de que había cambiado el miedo por ilusión. Había una chica rubia bastante mona unos asientos más adelante que viajaba sola, escuchaba música en el mp3 indiferente a lo que pasaba en el resto del mundo, me quedé mirándola pensando en de dónde vendría o a dónde iría, y cuáles podrían ser los motivos de su viaje. Al paso del tren por Burgos me divirtió ver a un grupo de peregrinos en la estación esperando otro tren, aquellos serían los primeros peregrinos, y me sentía eufórico, me daban ganas de sacar la cabeza por la ventana y gritarles el clásico "¡buen camino!". Retomamos nuestro viaje y pronto un viejo gordo y asqueroso que se sentaba justo detrás de la chica cambió de asiento y se puso justo a su lado, desplegó su portátil y comenzó a revisar fotografías como queriendo pavonearse delante de ella. Comenzó una película (sí, tenían películas y todo) y me puse los cascos para distraerme con ella.
De repente todo se oscureció fuera del vagón, al salir del túnel el paisaje había cambiado por completo, y... ¡era precioso! No me podía creer la profundidad de aquellos bosques, los valles tan sumamente hermosos que atravesamos, los minúsculos poblados, sus tejados a dos aguas bastante más picudos a los que el sur me tiene acostumbrado. Todo tenía una belleza sobrenatural, si existía un paraíso para cada uno yo ya había encontrado el mio. Atravesábamos un valle y yo no podía dejar de admirar cada detalle que me mostraba, los ríos, las montañas, los poblados... cuando nuevamente entramos en un túnel, a mi sorpresa me vi desfilando por una via de raíles que iban por lo más alto del valle, ¡entre las nubes! Si las vistas anteriores me parecieron fantásticas las nuevas me hicieron incluso derramar alguna lágrima, no me podía creer tanta belleza, y sinceramente esperaba que no fuera la última vez que contemplara algo tan hermoso.
La llegada a Gijón sería sobre las 8, sabía que el último autobús hacia Ribadeo salía justo a las 20:00, así que tenía pensado pasar noche en Gijón, dar una vuelta por la noche por la magnífica playa, madrugar para disfrutar de la ciudad y coger el autobús de las 9 de la mañana, pero dio la casualidad de que el tren se había adelantado y llegamos a las menos cinco. Me apresuré en salir de la estación de tren y corrí a toda prisa a la estación de autobuses que estaba casi en frente. Había una cola monumental para sacar billetes, pero la gente al verme aparecer tan apurado me dejaron pasar, compré el billete y la chica de la ventanilla me dijo que corriera, que si no había salido el autobús ya estaría a punto.
Afortunadamente pillé al conductor a tiempo, lo saludé fatigado y con una sonrisa en la boca e introduje mi mochila en el compartimento del autobús. Me relajé ya sentado, contento de poder anticipar mi camino hacia Santiago un dia y me entretuve con las conversaciones de la gente del autobús. Pronto llegamos hasta Avilés, donde tuve que cambiar de línea, en la parada aproveché para llamar a mi madre y decirle que todo iba mejor que bien, luego llamé al albergue reservado en Gijón para avisar de que al final no me quedaría allí a dormir. Debían ser las 20:30 cuando nos pusimos de nuevo en camino, yo hambriento pero ilusionado esperaba llegar pronto a Ribadeo. El trayecto no es que me pareciera eterno, es que fue eterno. Íbamos parando en todos los pequeños pueblos a lo largo de la costa hasta Ribadeo, última parada. Yo miraba preocupado pensando en si el camino que me esperaba era aquella marabunta de carreteras colapsadas de tráfico. Mi preocupación se vio distraída por una conversación entre unas chicas sudamericanas que viajaban en la parte de atrás, y que daban consejos a una muy joven sobre su primera noche de trabajo, para mi asombro, en un prostíbulo, y me puse a pensar en cómo y por qué debía ser la primera vez para una prostituta, más aún en un club.
La noche se cerró, ya eran las 11 de la noche y sólo quedábamos el conductor y yo en el autobús, y terminado mi último bocadillo me senté delante para ver mejor la carretera, ya que a ambos lados solo se observaba negrura. Para mi asombro el conductor comenzó a contar las recaudaciones y a hacer las cuentas del dia mientras conducía, no solo eso, sino que también invadía continuamente el carril contrario, incluso en curvas bastante cerradas, aunque la última vez que temiera por mi vida aquel dia aún estaba por llegar...
Llegamos a Ribadeo (a las afueras de Ribadeo más bien) a eso de las doce, cogí mi mochila e intenté seguir las indicaciones de mi miniguía hasta el albergue. Estaba cansado hasta la saciedad, no podía más que pensar en llegar y acostarme. Cuando llegué había una pareja de chavales en calzoncillos haciendo el tonto en la puerta, y muy cerca un par de tiendas de campaña bastante ligeras. Me acerqué a los chavales y me dijeron que no me podía quedar allí, que el albergue ya estaba completo, y yo viendo la cantidad de suelo que había libre me fui resignado a buscar un hostal. Llamé al portero de varios hostales, pero en ninguno siendo las horas que eran respondían, finalmente me rendí y encontré una pequeña ermita a cuyas espaldas habían un par de bancos en un balcón que daba al puerto situado en la bahía. Decidí plantarme en uno de ellos con mi saco de dormir y el bordón en la mano. Era ya tardísimo y mis ánimos estaban ya por los suelos pensando que el resto del camino saldría mal, pensaba en qué pintaba yo allí y qué pensaría mi madre si me viera durmiendo en la calle. Al rato un grupo de jóvenes empezaron a acercarse hacia mí vociferando y riéndose, me dio mala espina, era un lugar bastante apartado y solitario, mi mejor opción fue recoger lo más rápido que pude y salir de allí.
Me vi nuevamente vagando por las calles de aquel "asqueroso" pueblo, ya rendido y harto fui al centro y entré en el primer hotel de dos estrellas que encontré. El recepcionista me recibió con una amabilidad bastante sincera, le pedí una habitación, sin importarme lo más mínimo que me clavaran, pero él, viendo mi mochila, mi cara de cansancio (la normal después de 18 horas de viaje) y que eran las dos de la madrugada me ofreció una habitación doble, dejándomela tirada de precio. La habitación en sí era... ¡mejor que muchas de hoteles de cuatro estrellas! Ya relajado tiré de mala manera la mochila sobre una de las camas y corriendo me desnudé para tomar una ducha larga y lo más caliente que pude soportar. Renovado exteriormente tan solo me quedaba dormir, dejé el hilo musical con música bastante relajante y me dejé caer a plomo sobre la cama, ese fue el primer momento en que sonreí y supe sin ninguna duda que todo saldría bien...
Ya era hora de coger el próximo tren, esta vez con destino a Gijón. Tras pasar un puesto de seguridad donde pensé que me retirarían el bordón entré en aquel tren que nada tenía que ver con la chatarra en la que había viajado antes. Espacio, ¡bendito espacio para mis piernas! ¡incluso era cómodo! No me lo podía creer. Una vez en marcha el tren me dediqué a observar aquel paisaje desconocido para mí. Pronto entramos en un túnel, y al salir el paisaje mostraba unas enormes montañas en el horizonte, en cuyas entrañas no tardamos en entrar. Casi media hora de túnel después a una velocidad media de 200 km/h salimos y justo las montañas quedaron en el horizonte esta vez a mi espalda, lo cual me sorprendió bastante, y me di cuenta de que había cambiado el miedo por ilusión. Había una chica rubia bastante mona unos asientos más adelante que viajaba sola, escuchaba música en el mp3 indiferente a lo que pasaba en el resto del mundo, me quedé mirándola pensando en de dónde vendría o a dónde iría, y cuáles podrían ser los motivos de su viaje. Al paso del tren por Burgos me divirtió ver a un grupo de peregrinos en la estación esperando otro tren, aquellos serían los primeros peregrinos, y me sentía eufórico, me daban ganas de sacar la cabeza por la ventana y gritarles el clásico "¡buen camino!". Retomamos nuestro viaje y pronto un viejo gordo y asqueroso que se sentaba justo detrás de la chica cambió de asiento y se puso justo a su lado, desplegó su portátil y comenzó a revisar fotografías como queriendo pavonearse delante de ella. Comenzó una película (sí, tenían películas y todo) y me puse los cascos para distraerme con ella.
De repente todo se oscureció fuera del vagón, al salir del túnel el paisaje había cambiado por completo, y... ¡era precioso! No me podía creer la profundidad de aquellos bosques, los valles tan sumamente hermosos que atravesamos, los minúsculos poblados, sus tejados a dos aguas bastante más picudos a los que el sur me tiene acostumbrado. Todo tenía una belleza sobrenatural, si existía un paraíso para cada uno yo ya había encontrado el mio. Atravesábamos un valle y yo no podía dejar de admirar cada detalle que me mostraba, los ríos, las montañas, los poblados... cuando nuevamente entramos en un túnel, a mi sorpresa me vi desfilando por una via de raíles que iban por lo más alto del valle, ¡entre las nubes! Si las vistas anteriores me parecieron fantásticas las nuevas me hicieron incluso derramar alguna lágrima, no me podía creer tanta belleza, y sinceramente esperaba que no fuera la última vez que contemplara algo tan hermoso.
La llegada a Gijón sería sobre las 8, sabía que el último autobús hacia Ribadeo salía justo a las 20:00, así que tenía pensado pasar noche en Gijón, dar una vuelta por la noche por la magnífica playa, madrugar para disfrutar de la ciudad y coger el autobús de las 9 de la mañana, pero dio la casualidad de que el tren se había adelantado y llegamos a las menos cinco. Me apresuré en salir de la estación de tren y corrí a toda prisa a la estación de autobuses que estaba casi en frente. Había una cola monumental para sacar billetes, pero la gente al verme aparecer tan apurado me dejaron pasar, compré el billete y la chica de la ventanilla me dijo que corriera, que si no había salido el autobús ya estaría a punto.
Afortunadamente pillé al conductor a tiempo, lo saludé fatigado y con una sonrisa en la boca e introduje mi mochila en el compartimento del autobús. Me relajé ya sentado, contento de poder anticipar mi camino hacia Santiago un dia y me entretuve con las conversaciones de la gente del autobús. Pronto llegamos hasta Avilés, donde tuve que cambiar de línea, en la parada aproveché para llamar a mi madre y decirle que todo iba mejor que bien, luego llamé al albergue reservado en Gijón para avisar de que al final no me quedaría allí a dormir. Debían ser las 20:30 cuando nos pusimos de nuevo en camino, yo hambriento pero ilusionado esperaba llegar pronto a Ribadeo. El trayecto no es que me pareciera eterno, es que fue eterno. Íbamos parando en todos los pequeños pueblos a lo largo de la costa hasta Ribadeo, última parada. Yo miraba preocupado pensando en si el camino que me esperaba era aquella marabunta de carreteras colapsadas de tráfico. Mi preocupación se vio distraída por una conversación entre unas chicas sudamericanas que viajaban en la parte de atrás, y que daban consejos a una muy joven sobre su primera noche de trabajo, para mi asombro, en un prostíbulo, y me puse a pensar en cómo y por qué debía ser la primera vez para una prostituta, más aún en un club.
La noche se cerró, ya eran las 11 de la noche y sólo quedábamos el conductor y yo en el autobús, y terminado mi último bocadillo me senté delante para ver mejor la carretera, ya que a ambos lados solo se observaba negrura. Para mi asombro el conductor comenzó a contar las recaudaciones y a hacer las cuentas del dia mientras conducía, no solo eso, sino que también invadía continuamente el carril contrario, incluso en curvas bastante cerradas, aunque la última vez que temiera por mi vida aquel dia aún estaba por llegar...
Llegamos a Ribadeo (a las afueras de Ribadeo más bien) a eso de las doce, cogí mi mochila e intenté seguir las indicaciones de mi miniguía hasta el albergue. Estaba cansado hasta la saciedad, no podía más que pensar en llegar y acostarme. Cuando llegué había una pareja de chavales en calzoncillos haciendo el tonto en la puerta, y muy cerca un par de tiendas de campaña bastante ligeras. Me acerqué a los chavales y me dijeron que no me podía quedar allí, que el albergue ya estaba completo, y yo viendo la cantidad de suelo que había libre me fui resignado a buscar un hostal. Llamé al portero de varios hostales, pero en ninguno siendo las horas que eran respondían, finalmente me rendí y encontré una pequeña ermita a cuyas espaldas habían un par de bancos en un balcón que daba al puerto situado en la bahía. Decidí plantarme en uno de ellos con mi saco de dormir y el bordón en la mano. Era ya tardísimo y mis ánimos estaban ya por los suelos pensando que el resto del camino saldría mal, pensaba en qué pintaba yo allí y qué pensaría mi madre si me viera durmiendo en la calle. Al rato un grupo de jóvenes empezaron a acercarse hacia mí vociferando y riéndose, me dio mala espina, era un lugar bastante apartado y solitario, mi mejor opción fue recoger lo más rápido que pude y salir de allí.
Me vi nuevamente vagando por las calles de aquel "asqueroso" pueblo, ya rendido y harto fui al centro y entré en el primer hotel de dos estrellas que encontré. El recepcionista me recibió con una amabilidad bastante sincera, le pedí una habitación, sin importarme lo más mínimo que me clavaran, pero él, viendo mi mochila, mi cara de cansancio (la normal después de 18 horas de viaje) y que eran las dos de la madrugada me ofreció una habitación doble, dejándomela tirada de precio. La habitación en sí era... ¡mejor que muchas de hoteles de cuatro estrellas! Ya relajado tiré de mala manera la mochila sobre una de las camas y corriendo me desnudé para tomar una ducha larga y lo más caliente que pude soportar. Renovado exteriormente tan solo me quedaba dormir, dejé el hilo musical con música bastante relajante y me dejé caer a plomo sobre la cama, ese fue el primer momento en que sonreí y supe sin ninguna duda que todo saldría bien...
Vistas desde la habitación, al dia siguiente
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