sábado, 31 de julio de 2010

Navidad en Francia (Día 2)

Nos subimos al coche, conectamos el GPS del móvil y para variar, se negaba a coger la señal de los satélites. Así que empezamos a conducir por Nantes tratando de salir de la ciudad y poner rumbo al norte. Hoy nos esperan las playas de Normandía.

Cuando conseguimos que el móvil se enterase de donde estaban los satélites y empezó a ubicarse, encontramos obras, obras y más obras en las que el navegador se empeñaba en meternos. Cada desvío que cogíamos nos llevaba a otra obra hasta que a base de ensayo y error conseguimos salir de aquella ciudad y ponernos en carretera. Y a media mañana estábamos llegando a la costa norte de Francia.

Quien visita por primera vez Nueva York (no, no me he equivocado de diario de viaje) suele decir que le da la impresión de que ya ha estado allí. Esa sensación la produce la cantidad de películas, series y demás que vemos ambientadas en Nueva York. Hemos visto tantas veces calles y edificios neoyorquinos en televisión que cuando llegas a la Gran Manzana por primera vez da la impresión de que ya hemos estado allí antes. Pues esa sensación la tuvimos con el característico paisaje normando. Tantas películas, series y juegos ambientados en la Segunda Guerra Mundial y el Desembarco de Normandía tienen la culpa de que nos pareciese que no era la primera vez que pasábamos por allí. No era ningún esfuerzo mental imaginar a soldados avanzando por aquellos verdes campos, parapetándose en los pequeños muros y setos que se reparten por todo el paisaje.


En cuanto nos acercamos lo suficiente a la costa como para poder ver el mar, lo primero que llamaba la atención era un alto edificio con aspecto de fortaleza, en mitad del mar, acabado en una fina aguja rematada con una estatua del Arcángel San Miguel. Estábamos llegando al Mont Saint-Michel. Una isla mareal amurallada, situada entre las costas de Bretaña y Normandía, que ha sido lugar de cultos druidas, cementerio celta, puerto romano, abadía cristiana, fortaleza y prisión.





Las estrechas calles del Mont Saint-Michel estaban infestadas de turistas. Así que subimos, eligiendo una ruta alternativa, por las impresionantes murallas hasta las puertas de la abadía, y desde allí bajamos callejeando hasta que nos encontramos otra vez las murallas que flanquean la entrada a la isla.






Cuando nos fuimos de aquí pusimos rumbo a la playa de Vierville-sur-Mer, más conocida por el nombre en clave: Playa de Omaha. Íbamos conduciendo por una estrecha carretera, sin ver la costa ni el mar, hasta que de pronto como surgida de la nada, nos encontramos con la playa.

Bajamos del coche y paseamos un poco, observándola. No podía imaginar la angustia que debe suponer ver desde una lancha de desembarco acercarse la costa, rodeado de tus compañeros, mirando la playa donde sabes que lo único que te espera es la muerte. E igual de inimaginable es la imagen que debía presentar el mar, a quien estaba esperando en la costa. Un mar lleno de lanchas, destructores, acorazados y demás acercándose lentamente cuyas únicas opciones son avanzar o morir.


Salimos de la playa y visitamos el cementerio americano situado en un barranco mirando hacia la playa de Omaha. Este cementerio contiene los restos de casi 10.000 militares americanos, incluyendo tres condecorados con Medallas de Honor, uno de ellos hijo de Theodore Roosevelt. También se encuentran aquí enterrados dos de los hermanos Niland, en cuya historia se basó la película Salvar al Soldado Ryan de Steven Spielberg.


Después quisimos ver otra de las playas del día D: la playa de Gold, en la localidad de Arromanches. Cuando llegamos aquí ya teníamos un hambre que daba miedo. Así que buscamos una panadería, gasolinera, o sucedáneo donde pudiésemos comprar algo de pan para acompañar la comida que transportábamos en el maletero del coche. No sé cuantas vueltas le dimos al pueblo en busca de la panadería, lo que sé es que acabamos comiendo la comida más yonki que he comido nunca. Aparcamos el coche, abrimos el maletero y allí mismo, de pie empezamos a engullir lo que encontrábamos por las bolsas de la compra. Sólo diré que había galletas de chocolate, chorizo, fuet y paté. Creo que no es difícil imaginar el resto.

Con los estómagos llenos, caminamos hasta la playa. Pasamos por al lado del museo de la operación Overlord que hay a pie de playa (que encontramos cerrado) y nos quedamos observando esta playa en la que aún quedan restos del puerto artificial que fue construido para descargar material en el continente durante la Segunda Guerra Mundial. Aún quedan grandes bloques de hormigón repartidos por la arena y por el mar, que formaban parte del puerto Mulberry construido allí.



¡Y directos hacia París! Aunque por el camino tuvimos que parar a cambiar una rueda en la que Edu encontró un clavo. Aún no perdía aire, pero por aquello de que es mejor prevenir que curar paramos en un taller, nos arreglaron el pinchazo, llenamos el depósito y seguimos la ruta.

A París llegamos ya de noche. Y como ya llevábamos muchos kilómetros de viaje, y estábamos cansados y aburridos de estar en el coche, decidimos entretenernos y jugar un poco. Empezando en carretera por el clásico juego de las matrículas y una vez llegamos a París (y nos metimos directamente en un atasco) acabamos con la cámara de fotos disparando flashazos a cada coche que se nos paraba al lado para acto seguido, cuando nos miraban, poner cara de sueco.

El hotel dejaba bastante que desear. Nuestra habitación estaba en la tercera planta, creo recordar, y sin ascensor. El suelo de madera de la habitación estaba combado, sábanas tenían efecto papel de magdalena, la ducha tenía una bonita mampara sin puerta... pero bueno, íbamos a pasar en París la nochevieja y nos estábamos alojando por cuatro duros en pleno Montmartre.

En cuanto soltamos las cosas en el hotel nos fuimos directos a la Torre Eiffel. Teníamos pensado visitarla al día siguiente también, pero queríamos darnos el gusto de fotografiarla de noche, ya que al día siguiente teníamos pensado pasar la nochevieja en los Campos Elíseos.


Y cuando nos dimos por satisfechos volvimos a Montmartre. Pasamos por delante del Moulin Rouge y fuimos subiendo, callejeando bajo una ligera lluvia hasta que, pasando por la Place du Tertre, llegamos al Sacré Coeur que encontramos con la iluminación apagada y con las cámaras de fotos tirando de los últimos resquicios de batería.


A la bajada callejeamos otro poco. Nada de subir o bajar por las típicas escaleras delante del Sacre Coeur. Eso sí, menos mal que nos habían prestado un callejero genial de París, porque incluso con él no terminábamos de aclararnos de donde estábamos. Cuando llegamos de nuevo al Boulevard de Clichy nos sentamos en las mesas de la calle de una cafetería. Y pedimos unas merecidas cervezas que tomamos bajo las estufas de gas antes de volver al hotel a dormir.

4 comentarios:

MaxDD 1 de agosto de 2010, 11:36  

la comida fue incluso más yonki que la de las Islas Arán? jajajaja

ErJuanillo 2 de agosto de 2010, 13:16  

Hombre, la comida de las Islas Arán era de homeless. Batido de chocolate y unos sandwich de york bajo la lluvia (o el diluvio).

La comida de la Playa de Gold fue en el maletero de un coche untando bocadelia en las galletas de chocolate y mojando el fuet en el paté... mucho más yonki, donde va a parar! xD

MaxDD 2 de agosto de 2010, 14:38  

lluvia, diluvio... por dios, si llovía p'arriba!! XD

Jose Piña Ortega 10 de agosto de 2010, 20:38  

Tengo que decirte que has hecho un gran trabajo. Gracias por obviar detalles, más que nada porque quedaría muy extenso. La comida, afirmo que fue yonkarra total. Pero mu rica. Y nunca olvidaré el catarro que tenía al llegar a París!! Me cago en los parisinos y en sus palos metidos en el kkas.

Besos peña